Por: Alejandro Zúñiga Bolívar, El Liberal.
La reciente controversia desatada por las declaraciones de Néstor Morales en Blu Radio, en las que insinuó que los cuerpos hallados en el sector conocido como La Escombrera podrían haber sido enterrados por sus propios familiares, es una muestra desoladora de cómo el discurso público en Colombia sigue perpetuando la revictimización y la falta de empatía hacia las víctimas de la violencia.
En un país marcado por décadas de conflicto armado, donde la búsqueda de desaparecidos ha sido una lucha constante de madres, padres, hijos y comunidades enteras, sugerir que un lugar como La Escombrera podría ser un sitio de entierro habitual y deliberado por parte de los mismos familiares es no solo indignante, sino también profundamente ofensivo. Estas palabras, lanzadas al aire sin el debido cuidado, no solo hieren a quienes siguen buscando a sus seres queridos, sino que también banalizan el sufrimiento colectivo que representa la desaparición forzada en nuestro país.
Es cierto que La Escombrera se ha convertido en un terreno de disputa política. Sectores de izquierda, incluyendo al presidente, han utilizado los hallazgos como evidencia de las atrocidades cometidas en el marco de la violencia paramilitar y estatal. Mientras tanto, sectores de derecha han intentado minimizar el impacto de estas denuncias, presentándolas como parte de una narrativa sesgada. Sin embargo, lo que no podemos perder de vista en esta disputa es el elemento humano: la búsqueda de verdad y justicia por parte de los familiares de las víctimas.
La pregunta lanzada por Morales, más allá de su tono especulativo, es un recordatorio de cómo el dolor de las víctimas se convierte frecuentemente en carnada para el debate público sin que medie la sensibilidad que estas situaciones demandan. En lugar de abrir espacio para el amarillismo o la suspicacia, el papel del periodismo debería ser el de acompañar las búsquedas de las víctimas, exigir claridad en las investigaciones y garantizar que la verdad salga a la luz. En ese sentido, el comentario de Morales no solo falla en cumplir con ese mandato, sino que atiza las llamas de una polarización que ignora a quienes han sido sistemáticamente olvidados.
Colombia necesita una reflexión profunda sobre su compromiso con las víctimas. Los lugares como La Escombrera, que representan un testimonio vivo de las peores violencias cometidas en nuestro territorio, no pueden seguir siendo usados como trincheras ideológicas. Es fundamental que todas las partes involucradas –el gobierno, los medios de comunicación, los líderes de opinión– actúen con responsabilidad y respeto hacia quienes han cargado con el peso de la ausencia y la incertidumbre.
Más allá de las disputas políticas, el hallazgo de cuerpos en La Escombrera debe ser una oportunidad para reafirmar el compromiso con la verdad, la justicia y la reparación. No podemos permitir que el ruido del debate mediático ensordezca las voces de quienes buscan respuestas. Néstor Morales y quienes ocupan espacios de opinión tienen una responsabilidad ética con la memoria y la dignidad. Las víctimas no necesitan especulaciones, sino justicia. Y Colombia necesita recordar que la empatía, en un país tan golpeado por el conflicto, no es una opción: es una obligación moral.