Por: Alejandro Zúñiga Bolívar.
El reciente gesto del presidente Gustavo Petro al presentar al expresidente uruguayo José ‘Pepe’ Mujica la bandera del M-19 en el marco de la condecoración con la Orden de Boyacá ha causado perplejidad en buena parte de la ciudadanía colombiana. Este acto, que pretendía exaltar los lazos entre dos líderes que transitaron de la lucha armada a la vida democrática, envía un mensaje confuso y, por qué no decirlo, indelicado con el país.
En una ceremonia oficial, como la entrega de la máxima distinción del Estado colombiano, la única bandera que debería ondear es la de Colombia. Nuestro tricolor no solo representa nuestra identidad como nación, sino que también simboliza los valores, los sacrificios y los sueños de millones de ciudadanos que han construido este país a lo largo de su historia.
El M-19 es parte de una memoria histórica que aún genera divisiones y heridas abiertas en la sociedad colombiana. Aunque este grupo se desmovilizó y dio pasos hacia la paz en su momento, no puede ser elevado a la categoría de símbolo nacional en actos de Estado. Hacerlo equivale a minimizar el sufrimiento de las víctimas y a olvidar los actos violentos que marcaron su historia. No se trata de borrar el pasado, sino de entender que las ceremonias oficiales deben reflejar unidad, reconciliación y respeto a todos los ciudadanos, no a un sector en particular.
La decisión del presidente de presentar esta bandera no solo es indelicado, sino que también abre un espacio para interpretaciones ambiguas. ¿Qué representa esta bandera en un acto oficial? ¿Es un homenaje personal o institucional? ¿Acaso el Estado colombiano, en su conjunto, se identifica con este símbolo? Estas preguntas quedan en el aire, sin una respuesta clara, mientras el gesto alimenta la polarización y el desconcierto.
Es preocupante que en un momento en el que el país enfrenta desafíos tan graves, desde la violencia en los territorios hasta las dificultades económicas, la atención se desvíe hacia actos que no contribuyen a la reconciliación ni al fortalecimiento de nuestra identidad como nación.
La bandera de Colombia, con su amarillo, azul y rojo, tiene un significado profundo. Representa nuestra riqueza, nuestros mares y los sacrificios de quienes han luchado por nuestra libertad. Es el símbolo que nos une a todos, más allá de ideologías, credos o historias personales.
Es momento de reflexionar sobre la importancia de los símbolos y el peso de los gestos en la política. No se trata de negar los caminos recorridos ni las historias personales, pero en los actos oficiales, el protocolo y el respeto a los símbolos nacionales deben ser la prioridad.