Por: Alejandro Zúñiga Bolívar, El Liberal.
Ayer, la tradición de la pedida de dulces nos recordó que hay pocas cosas tan genuinas como ver a los más pequeños y sus familias reunidos para compartir sonrisas y un poco de magia. En Popayán, la lluvia no logró opacar la alegría que traían los disfraces, ni la emoción de padres, madres, abuelos y amigos que acompañaron a los niños en su alegre misión de pedir dulces por cada rincón de la ciudad.
La tradición de los disfraces y el intercambio de dulces tiene algo especial: transforma las calles, los parques y cada hogar en espacios llenos de vida, donde todos parecen sumarse a un acuerdo implícito de solidaridad y juego. Desde los personajes clásicos hasta los superhéroes y seres mágicos, todos encontraron su espacio en una jornada en la que las diferencias desaparecen y solo importa el gesto de dar y recibir.
Es conmovedor ver cómo esta tradición une generaciones. Los niños disfrutan de su momento de protagonismo mientras los adultos reviven sus propias infancias, renovando la emoción de vestir a sus hijos con trajes coloridos y creativos. Y, sin duda, la lluvia, aunque insistente, no fue un obstáculo, sino una aliada que añadió una pizca de aventura y complicidad a la noche. Porque ver a familias refugiándose bajo paraguas mientras compartían risas y dulces nos hizo sentir que, en estas tradiciones, lo importante no es el clima, sino el calor de estar juntos.
Al final, más allá de los dulces y los disfraces, esta jornada nos recuerda que compartir pequeños momentos de alegría es lo que realmente importa. A todos los que participaron en esta celebración, gracias por mantener viva esa chispa de unión, y por hacer de cada pedida de dulces una fecha especial para todos.
