Por: Alejandro Zúñiga Bolívar, El Liberal.
La amenaza de un nuevo bloqueo sobre la vía Panamericana, esta vez por campesinos del Cañón del Micay, raya en el absurdo. No bastan los bloqueos recurrentes por parte de comunidades indígenas exigiendo presupuesto público, ni las protestas de sectores educativos por la falta de docentes y personal administrativo. A la lista de presiones que usan esta arteria vial como chantaje, ahora se suma un grupo que rechaza un proyecto que, irónicamente, no existe más allá de las palabras.
La represa de Arrieros del Micay, anunciada como parte de un paquete de 10 supuestas megaobras para el Pacífico caucano, no tiene diseños en detalle ni financiación. Es una idea lejana, tan improbable como el cumplimiento efectivo de muchas promesas presidenciales. Pretender paralizar una región entera para oponerse a una obra que ni siquiera ha superado la etapa de anuncio es, como mínimo, una falta de conexión con la realidad o una excusa para esconder los verdaderos motivos de la movilización. La ironía es doble cuando se considera que, en verdad, sería un milagro que la represa de Arrieros del Micay se haga realidad pero, sencillamente, porque aún tiene pendiente la gestión de sus diseños en detalle, su financiación, los permisos ambientales y hasta una consulta previa.
No se trata de minimizar las preocupaciones de los campesinos ni de negarles su derecho a protestar, pero cerrar la Panamericana por un asunto tan etéreo es llevar al extremo una práctica que ya tiene a la región al borde del colapso. Cada bloqueo representa pérdidas económicas millonarias, afecta la vida diaria de miles de personas y pone en jaque la estabilidad social de un departamento que ya carga con suficientes dificultades. ¿O será que su motivación es otra?
El verdadero problema no es solo el uso recurrente y desmedido de las vías de hecho como herramienta de presión, sino la normalización de estas prácticas en el Cauca. La Panamericana se ha convertido en una especie de tablero de ajedrez político donde todos juegan su partida sin medir las consecuencias para el resto de la sociedad.