Por: Alejandro Zúñiga Bolívar, El Liberal.
El posible ingreso de Susana Muhamad a Planeación Nacional sería un golpe a su credibilidad. Hasta ahora, ha sido una de las figuras más respetadas dentro del gobierno, en parte porque ha representado una visión técnica y comprometida con el ambientalismo. Sin embargo, aceptar un nuevo cargo en medio de la crisis política y de credibilidad que enfrenta el gobierno sería una señal inequívoca de que, al final, la lealtad pesa más que la coherencia.
El antecedente más claro de esta contradicción es el de Gustavo Bolívar. En su momento, defendió con ahínco la llegada de Armando Benedetti al gabinete ministerial, a pesar de todo lo que representaba. Con ello, perdió la autoridad moral que le permitía hablar de lucha contra la corrupción, de nuevas formas de hacer política y del cambio que prometieron. Ahora, con Muhamad, se podría repetir la historia.
Lo que los líderes de este gobierno parecen olvidar es que una parte de su electorado no es un público ciego ni incondicional. La juventud romántica que los apoyó en las calles y en las urnas lo hizo desde la coherencia y los ideales, soñando con una transformación real de la cultura política, no solo con un cambio de nombres en los puestos de poder. Al ceder a estas prácticas, el mensaje que envían es claro: el “cambio” del que hablaban no era una reforma estructural, sino simplemente un relevo en el mando.
Desde hace tiempo he sostenido que lo único que ha cambiado en este país es el nombre de los ladrones y los corruptos. La llegada de Susana Muhamad a Planeación Nacional, si se concreta, no haría más que confirmar esa afirmación. No porque ella sea corrupta, sino porque su permanencia dentro de este proyecto político, pese a sus propias contradicciones, revelaría que aquí no hay una nueva ética ni una nueva política. Solo hay pragmatismo disfrazado de transformación.
