Por: Alejandro Zúñiga Bolívar, El Liberal.
Queridos padres y madres de familia,
En este día, en el que reflexionamos sobre la importancia de la salud mental, quisiera hablarles desde el corazón, con la esperanza de que juntos podamos hacer una diferencia en el futuro de nuestra infancia y juventud.
Es común escuchar que los niños son crueles porque “son sinceros”, o que sus bromas forman parte de la creatividad propia de la infancia. Sin embargo, detrás de esa sinceridad y de esas bromas a menudo se esconde un dolor que hemos aprendido a ignorar o, peor aún, a celebrar. ¿Cuántas veces hemos reído cuando uno de nuestros hijos ridiculiza a otro? ¿Cuántas veces hemos creído que sus comentarios, por sarcásticos o agudos, son signos de inteligencia? Pero, si nos detenemos un momento, ¿realmente deberíamos sentirnos orgullosos?
El dolor ajeno no es motivo de orgullo. La verdadera inteligencia, la verdadera creatividad, reside en la capacidad de conectarnos con los demás, de ser conscientes del impacto de nuestras palabras y acciones. Formar seres empáticos es, quizá, el mayor desafío de los padres, pero también es el esfuerzo más valioso que pueden hacer. A veces olvidamos que los hijos aprenden del ejemplo, de nuestras risas, de nuestros comentarios. No es extraño que ellos reproduzcan lo que ven y escuchan en casa, normalizando lo que, en el fondo, puede causar un daño profundo a otro ser humano.
El bullying no es un fenómeno aislado que ocurre solo en los colegios; es una manifestación de una falta de empatía que comienza mucho antes, en nuestros propios hogares. Si queremos cambiar esta realidad, si queremos que nuestros hijos crezcan como adultos conscientes y respetuosos, debemos enseñarles desde pequeños el valor de ponerse en los zapatos del otro. No basta con decirles que “sean buenos”; necesitamos mostrarles, con nuestras propias acciones, cómo se siente escuchar y respetar al otro, cómo se vive el cuidado por las emociones ajenas.
Entendamos el poder que tienen nuestras palabras. Una palabra puede construir puentes o destruir sueños. Puede dar consuelo o generar heridas. Al enseñar a nuestros hijos a usar sus palabras con cuidado, les damos una herramienta poderosa para la vida, una que, si se utiliza bien, puede ser el principio de un mundo más justo, más compasivo, más humano.
Hoy, en el Día de la Salud Mental, les invito a que hagamos un esfuerzo consciente por sembrar empatía. No solo en nuestros hijos, sino también en nosotros mismos. Que nuestras palabras y acciones reflejen ese mundo que soñamos para ellos: un mundo donde el respeto y la amabilidad sean la norma, no la excepción.