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El dolor que no cesa y la frustración de un país herido

Por: Alejandro Zúñiga Bolívar, El Liberal.

El país entero está en duelo. La muerte de Sofía, tan atroz y desgarradora, ha abierto una herida en el corazón de todos. No podemos dejar de imaginarnos el dolor insoportable de sus padres, de su familia, de quienes la amaban. Y nos unimos a ese luto desde la frustración, la rabia y el miedo. Nos duele Sofía, y nos duelen todos los niños y niñas cuyas vidas han sido arrebatadas de forma violenta, por el simple hecho de haber sido víctimas de una persona que jamás debería haber tenido la oportunidad de hacerles daño.

La tragedia de Sofía no es solo la tragedia de su familia, es la tragedia de todos. Nos enfrentamos a una realidad que nos aterra: los niños y las niñas, los más vulnerables, no están a salvo. Cada día, cada noticia que revive estos horrores nos hace más conscientes de que vivimos en una sociedad que no ha sido capaz de proteger a su infancia.

Nos invade la desesperanza. ¿Cómo podemos seguir adelante cuando los agresores caminan entre nosotros? ¿Cómo no caer en la tentación de buscar soluciones inmediatas, como las que defendía, con toda su pasión, Gilma Jiménez? Ella, con la fuerza de su convicción, clamaba por la cadena perpetua o la pena de muerte para los violadores, y muchos hoy, enfrentados a esta nueva tragedia, querrían hacer eco de sus palabras. Pero, aunque las penas ya son altas, aunque se han endurecido para evitar que estos criminales vuelvan a salir a la calle, los crímenes contra la infancia no han desaparecido.

Es fácil creer que más cárcel, que mayores castigos, serán la respuesta. Es tentador pensar que con más dureza lograremos que el horror termine. Pero la realidad es más compleja, y la rabia no nos puede nublar el juicio. La propuesta del Gobierno Petro de otorgar beneficios a ciertos agresores sexuales nos estremece, y es difícil no oponerse a ella desde la visceralidad del dolor. ¿Cómo confiar en un sistema que parece estar retrocediendo en la protección de los más indefensos?

Sin embargo, y al margen de la discusión sobre el tipo de castigo que debe imponerse, sabemos que las penas por sí solas no son suficientes para evitar que estos crímenes sucedan. La cárcel, por dura que sea, no resuelve la raíz del problema. No devuelve la vida a quienes han sido arrebatados. Y, mientras seguimos debatiendo sobre los castigos, el cumplimiento de las leyes que ya tenemos sigue siendo insuficiente. La impunidad sigue siendo una realidad que hiere tanto como el crimen mismo.

Lo que necesitamos, lo que verdaderamente urge, son políticas efectivas de prevención y control. Necesitamos que las autoridades hagan cumplir las leyes que ya existen, que los sistemas de protección estén fortalecidos, que las familias puedan confiar en que sus hijos estarán seguros. Es un trabajo de todos, no solo del Estado. Y mientras esas soluciones llegan, los padres siguen viviendo con el miedo constante, la angustia de saber que no pueden bajar la guardia, que deben estar siempre alerta, creando sus propias estrategias para proteger a sus hijos.

El dolor que deja la muerte de Sofía nos recuerda que estamos fallando. Como sociedad, no hemos hecho lo suficiente. Es hora de que el debate no solo se centre en las penas, sino en cómo garantizar que nuestras niñas y niños nunca lleguen a estar en riesgo. Las lágrimas no devolverán a quienes ya no están, pero deben impulsarnos a exigir medidas que realmente funcionen. Solo así, quizá algún día, podamos evitar que otra familia viva este mismo calvario.

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