Apreciado presidente, eso sí, no el de la nación sino el del consejo de administración de mi edificio:
Quiero, con el mayor respeto, dirigirme a usted para comentarle sobre un episodio reciente que, por decirlo suavemente, me dejó pasmado. No se preocupe, no voy a entrar en detalles de su agenda privada donde, entre risas y tragos, usted suele ponerse un poco más efusivo de la cuenta. Pero creo que este último incidente merece una reflexión profunda.
Entiendo perfectamente que uno puede disfrutar de un buen whisky —no el escocés de supermercado, sino ese que llega en botellas de cristal con etiquetas doradas que, si fueran más grandes, podrían ser diplomas—. Hasta ahí, todo bien. Pero, vecino, ¿a quién se le ocurre, en medio de lo que claramente fue una exaltación etílica (o algo más, porque no voy a especular), cerrar las puertas del edificio y decirle al transportador que no puede ingresar con los nuevos inquilinos?
¡Es que ni siquiera eran visitas, vecino! Eran copropietarios, colombianos como usted y como yo, que venían de regreso a su tierra, a su casa. Y ahí estaba usted, brazo cruzado, copa en mano, negándoles la entrada como si fuera el guardián de la torre más alta del castillo.
Claro, su gesto de “autoridad” no tardó en llegar al oído del gerente de la empresa transportadora (ese que es menos amigable con los latinos, digamos), y no sé si usted sabe, pero esa gente no se queda quieta. Al día siguiente, no solo mandaron una queja formal, sino que nos aplicarían sanciones con base en el contrato que tenemos. Y fíjese, solo tenemos lo que produce la tienda que da para el exterior del conjunto. ¡Esas sanciones equivalen a un 25% o hasta el 50% del precio de nuestros productos, según nos dijeron los de la empresa transportadora, vecino! Y créame, eso para nosotros es un golpe bajo.
Menos mal, y aquí hay que reconocerlo, los demás miembros del consejo intervinieron antes de que el asunto escalara aún más. Se disculparon con la empresa transportadora, pidieron clemencia a los vecinos afectados y, para colmo, se comprometieron a cubrir los costos del próximo trasteo. Todo a cargo de nuestro presupuesto común, claro está.
Yo, personalmente, hubiera esperado que usted saliera a ofrecer disculpas públicas y explicara que todo fue un malentendido (o, al menos, que culpara al licor que, como dicen las abuelas, es “malo para la cabeza”). Pero no, usted, en vez de eso, se dedicó a subir mensajes al grupo de WhatsApp del edificio como si aquí no hubiera pasado nada.
Vecino, si esto vuelve a suceder, no solo vamos a tener problemas con los nuevos inquilinos, sino con las empresas que nos abastecen y nos compran, con el barrio y hasta con las Naciones Unidas. Porque sí, esta pequeña comunidad de edificios no se gobierna sola, y cuando usted toma decisiones sin pensar, afecta a todos.
En fin, espero que esta carta le llegue con el tono de humor con el que fue escrita. Ojalá, la próxima vez que esté tentado a dejarse llevar por el impulso (y el whisky o algo más), recuerde que no estamos para más crisis.
Con aprecio,
Un vecino preocupado.