Luis Guillermo Jaramillo E. – Universidad del Cauca
La mente no está en la cabeza.
(Francisco Varela)
Pareciera común asignar una sabiduría al cuerpo. Todos hemos tenido alguna experiencia corporal en la que algo se manifiesta más acá de la razón o de un saber… algo desborda los procesos mentales. El cuerpo, en tanto cuerpo físico-cuerpo vivido, hace parte de una realidad que es correlato de una experiencia sensible. Habla en medio de las cosas, se mueve y se da a conocer en medio de ellas; establece una comunidad de base con el mundo que vivencia de manera corpórea. En la introducción del libro Anatomía del miedo. Un tratado sobre la valentía, José Antonio Marina narra la anécdota del mariscal de Turenne, conocido por su valor, quien “antes de entrar en combate, sintiendo que temblaba de miedo, se dijo: «¿Tiemblas, cuerpo mío? Pues más temblarías si supieras dónde te voy a meter.» Valiente no es el que no siente miedo —ése es el impávido, el insensible—, sino el que no le hace caso, el que es capaz de cabalgar sobre el tigre” (2006).
En el relato el cuerpo comunica un estado, una indefensión, una sensación que visibiliza el miedo a través del temblor frente a lo que se avecina. Se exterioriza un lenguaje: expresión de un cuerpo que toca y percibe lo que es y puede llegar a ser en el mundo. El cuerpo también comunica una cordura o sensatez, dado que pide no ser dañado, herido, vulnerado, en tanto afecta y toca su propia existencia, su alma. A la palabra cuer(p)o y cuer(d)o los diferencia una letra, pero a su vez los emparenta; es decir, se puede apelar a una cierta cordura del cuerpo, en tanto este hace uso de una realidad sintiente. Al tocar… se siente tocado.
Pero vamos a fondo e indaguemos por uno de los orígenes de la palabra cuerdo y su relación con el cuerpo. A diferencia de la etimología que relaciona cuerdo con cordis o corazón, el filólogo Jairo Javier García la emparenta con cordal y en su camino con cuerdo. Por ejemplo, García encuentra en la obra del Quijote referencias a las muelas cordales o llamadas del buen juicio; su hipótesis es que “cordus, o su derivado cordalis, guarda relación con el significado de ‘tardío’, se debió aplicar a las muelas del juicio, esto es, a las muelas que nacen tardíamente.” (2008). Para García cordus, en su uso antiguo, responde más a tardío, a lo que nacía después, por lo que las muelas del juicio habrían adquirido este significado al ser “las últimas en nacer, las de la sensatez o sabiduría” (p. 341).
Por lo general no somos conscientes de la aparición de las cordales, de esa cordura con la que el cuerpo manifiesta una edad asociada a unos modos de relación e independencia en la que se avanza hacia una cierta autonomía. El cuerpo manifiesta un juicio, una manera de proceder. Pensar en las cordales hace pensar también en todo el cuerpo; lo que la sociedad (con cierta cordura) espera él y de su respuesta ante la misma. Cuerpo que experimenta dureza o suavidad, pues al relacionarse con los otros se duele o goza: si una parte del cuerpo se duele todo el cuerpo se siente; o sea, la relación mundo-cuerpo se experimenta de manera concreta; una vida encarnada que toca las fibras del alma.
El cuerpo es punto cero de orientación; es camino de apertura a las cosas y a los demás. Siendo así, no pensamos con el cuerpo o a través del cuerpo o desde el cuerpo, sino como cuerpo. “Cuando oigo no son los oídos los que oyen, soy yo; cuando veo no son los ojos los que ven, soy yo… a partir de lo que me enseña la experiencia sobre mi vida cotidiana, puedo afirmar que mi cuerpo sabe mucho más del mundo que lo que sabe la llamada razón” (Herrera, 2010). Esta cordura-corporal nos enseña que antes que los enunciados de la ciencia nos digan algo, existe de antemano un cuerpo que comprende de modo sintiente.
Este sentir lo escuché de mi hija, de ocho años, cuando cursaba tercero de primaria en la escuela. En clase de biología le estaban enseñando los diferentes sistemas del cuerpo humano. Cierto día llega a casa con sorpresa preguntándome por la función del sistema nervioso en el cuerpo humano; lo explicado en la escuela no lo comprendía muy bien. Con cierta didáctica intenté explicarle que, así como en las casas hay un sistema o circuito eléctrico que hace que los bombillos alumbren o se apaguen a través de un interruptor, así nosotros tenemos ciertas extensiones (nerviosas) y terminaciones que nos hacen reaccionar frente a cosas que nos suceden. Creí haber dado un buen ejemplo; sin embargo, me mira con extrañeza y dice que aún no comprende, que más bien relaciona el sistema nervioso cuando su madre dice, ante un evento inesperado o susto, que está “nerviosa”.
Su comprensión acerca del sistema nervioso quebró mis explicaciones fisiológicas. Con sencillez mi hija me había mostrado su entendimiento de este sistema; que el nerviosismo no solo responde a un asunto de acción-reacción, sino a una experiencia que pone el cuerpo en tensión y alerta ante una amenaza o peligro… como el mensaje que recibió de su cuerpo el mariscal de Turenne antes de entrar en combate. Seguramente el mariscal necesitó ver a su mamá nerviosa o recibir clases de una niña (con dientes de leche) acerca de su sistema asustado, para aprender a hacer caso de los mensajes de su tembloroso cuerpo.
Referencias
García, S. F (2008). Cordal y, en su camino, cuerdo. Probable etimología y origen de dos voces muy cervantinas. Actas del VI Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas. págs. 333-346
Herrera, D. (2010). Husserl y el mundo de la vida. Franciscanum, LII (153), 247-274
Marinas, J. A (2006). Anatomía del miedo. Anagrama