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El desparpajo de la escritora Mariana Enríquez

Por: Felipe Solarte Nates

Es una de la más representativas del boom de escritoras latinoamericanas y de otros continentes, hijas de la liberación femenina evolucionada aceleradamente desde los 60 del siglo XX, que les permite asumir con diestro, crudo y atrapante manejo del lenguaje sus historias y de la sociedad y familia en que viven, y qué, hasta hace pocas décadas, eran patrimonio casi exclusivo de los escritores.

Tal vez su trabajo como periodista en Página 12, periódico con enfoque literario, le proporcionó la experiencia de conocer a fondo el gran Buenos Aires de las barriadas donde creció Maradona y de barrios como Lanús, con sus mansiones que hasta inicios del siglo XX albergaron a la aristocracia de la ciudad, después reemplazada por ricos comerciantes y burgueses y años más tarde, -sobre todo en las noches- refugio de toda clase de negocios y personajes marginales.

En estos escenarios, bebiendo de situaciones de la vida real, la escritora acudiendo a distintos tipos de vista y técnicas narrativas, da un tono gótico a sus relatos de ficción, donde tramas como de novela negra o detectivesca inspirados en la realidad cotidiana de Buenos Aires, derivan en un giro hacia lo misterioso y sobrenatural.

Una muestra nos la brinda este fragmento de “El chico sucio”:

“Constitución es el barrio de la estación de trenes que vienen del sur a la ciudad. Fue, en el siglo XIX, una zona donde vivía la aristocracia porteña, por eso existen estas casas, como la de mi familia –y hay muchas más mansiones convertidas en hoteles o asilos de ancianos o en derrumbe del otro lado de la estación, en Barracas–. En 1887 las familias aristocráticas huyeron hacia el norte de la ciudad escapando de la fiebre amarilla. Pocas volvieron, casi ninguna. Con los años, familias de comerciantes ricos, como la de mi abuelo, pudieron comprar las casas de piedra con gárgolas y llamadores de bronce. Pero el barrio quedó marcado por la huida, el abandono, la condición de indeseado. Y está cada vez peor. Pero si uno sabe moverse, si entiende las dinámicas, los horarios, no es peligroso. O es menos peligroso. Yo sé que los viernes por la noche, si me acerco a la plaza Garay, puedo quedar atrapada en alguna pelea entre varios contrincantes posibles: los mininarcos de la calle Ceballos que defienden su territorio de otros ocupantes y persiguen a sus perpetuos deudores; los adictos que, descerebrados, se ofenden por cualquier cosa y reaccionan atacando con botellas; las travestis borrachas y cansadas que también defienden su baldosa. Sé que, si vuelvo a mi casa caminando por la avenida, estoy más expuesta a un robo que si regreso por la calle Solís, y eso a pesar de que la avenida está muy iluminada y Solís es oscura porque tiene pocas lámparas y muchas están rotas: hay que conocer el barrio para aprender estas estrategias. Dos veces me robaron en la avenida, las dos, chicos que pasaron corriendo y me arrancaron el bolso y me tiraron al suelo. La primera vez hice la denuncia a la policía; la segunda vez ya sabía que era inútil, que la policía les tenía permitido robar en la avenida, con límite en el puente de la autopista –tres cuadras liberadas–, como intercambio de los favores que los adolescentes hacían para ellos”.

Los Drácula de Mariana Enríquez, no son los clásicos chupasangres de colmillos alargados. Pueden ser los machos pandilleros que acuchillan a sus parejas o queman sus rostros con alcohol o acido porque -no pueden ser de otro hombre-, como los que retrata en el cuento “Las cosas que perdimos con el fuego”, que da título al libro. Tampoco faltan el joven depresivo que se aisló del contacto físico con sus semejantes y se la pasa frente a la pantalla del computador viviendo su vida artificial de clips y juegos en medio de resplandores del relato “Verde, rojo anaranjado”.

Tampoco faltan los jóvenes que se drogan con ácido, cocaína, drogas de diseño, o los policías corruptos que ensañan su violencia contra jóvenes adolescentes cuyos cuerpos arrojan a un ramal contaminado del río de La Plata, como sucede en el cuento “Bajo el agua negra”.

Mariana Enríquez con sus historias cada día atrapa a más lectores, especialmente a los jóvenes que hacen largas filas para que les firme libros cuando es invitada a las ferias del libro en ciudades de diferentes países hispanoamericanos.

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