Luis Guillermo Jaramillo Echeverri – Universidad del Cauca
En su texto Desnudez, Giorgio Agamben presenta un pequeño capítulo denominado ¿Qué es lo contemporáneo? Allí se apoya en varios autores para exponer lo que significa vivir en estos tiempos con las generaciones emergentes. Agamben cita en especial un poema escrito en 1923 por Osip Mandelshtam titulado El siglo. El poeta manifiesta en este una relación con su tiempo al que se refiere como mi siglo. Dice así: “Siglo mío, bestia mía, ¿quién podrá / mirar en tus ojos / y soldar con su sangre / las vértebras de dos siglos?”. Ser contemporáneo para Agamben tiene que ver con la fractura del tiempo: “el poeta en cuanto contemporáneo, es esa fractura, es lo que impide que el tiempo se componga, y al mismo tiempo, es la sangre que debe suturar la rotura” (2014, p. 19).
Mantener la mirada en los ojos del “siglo-bestia” no es para Mandelshtam referencia del paso de un siglo a otro –XIX al XX–, sino del tiempo interno de las personas, de lo no dicho o contado ante el frenesí bélico que se vivía en ese tiempo. Tal vez hacía mención al tiempo de las sombras que dejó el siglo de las luces; contemporaneidad que exigió la responsabilidad de ser testigos del ocaso de una época y la aurora de otra. No obstante, fue a inicios del siglo XX que una gesta de escritores, artistas y filósofos se levantaron para pensar de un modo distinto las humanidades en respuesta al positivismo imperante de su tiempo y la devastación que dejó la Primera Guerra Mundial.
Al respecto cuenta Guillermo Hoyos que Husserl, filósofo de esta época, hacía una crítica a la positivización de la ciencia exponiendo la decadencia del ethos cultural de Occidente. Dice Hoyos: “Husserl pronunció ante los soldados que regresaban del campo de batalla, tres lecciones sobre el «Ideal de hombre de Fichte», de las cuales la segunda se intitulaba: «El orden ético del mundo como principio creador del mundo»” (1995). Según Hoyos, Husserl percibe a los jóvenes soldados llenos de motivación, pues “al regresar de la guerra llenan las clases de filosofía, profundamente desconfiados de la «retórica bélica» y de la manipulación propagandística de «ideales filosóficos, religiosos y nacionales», ahora en búsqueda de un trabajo académico autónomo, crítico frente a lo tradicional, inspirado por ideales fuertemente fundamentados en un saber auténtico” (p. 6). Husserl y la universidad se ubicaron en la fractura de su tiempo… estaban en medio de dos siglos.

Somos ahora nosotros una generación que se ubica también en la fractura de nuestros tiempos contemporáneos: nacidos el siglo XX y viviendo el siglo presente –XXI–; estamos situados en la rotura del tiempo. Como profesionales y docentes damos la bienvenida a las generaciones nacidas en el presente siglo con el fin de proyectarse frente a una historia que narra el testimonio de quienes nos antecedieron; llamados a suturar a través de la enseñanza y el esfuerzo tiempos de esperanza ante el cansancio y la desidia que inunda a nuestros jóvenes. Ellos tal vez no vengan explícitamente de un campo de batalla, pero sí de un tiempo en el que la competitividad, el rendimiento, el chantaje, la violencia y el cortoplacismo fracturan sus sueños y ganas de vivir.
Estar en la fractura de estos tiempos es ayudar a suturar la rotura; tiempo para plantar y regar, sembrar y cosechar, enseñar y aprender, mirar y conversar. Que las palabras restauren y broten en medio de las disciplinas académicas y los movimientos sociales. Que sea posible decir que no todo está dicho. Tiempo que pone la guerra en cuestión, pues la tendencia al bien, al bien perfecto, es más poderosa que la banalidad del mal. Momentos para que la guerra salga de su universalidad anónima; tiempo para no permitir mistificar a las nuevas generaciones con roles que no les identifican; que no sea interrumpida la continuidad de su tiempo interior… el tiempo de ser estudiantes y maestros, herederos de una generación que crece en el verdor de su infinito.
Que ni la verdad anónima, ni la tematización reinen en las nuevas generaciones. Que el anonimato pierda su aguijón, como también lo perdió la muerte; que la verdad por testimonio salga de nuestros cuerpos-heridos de un siglo que feneció y otro que se levanta con nuevas oportunidades. En la fractura de estos tiempos damos la bienvenida a los nacidos en este siglo, guiando, conversando, suturando, tal vez con desánimo y dolor, la rotura de sus frustraciones y sueños; rescatando la presencia viva de una generación salida del anonimato, de una vitalidad ética con dignidad que “desea una paz ‒una verdad‒ que está por encima de la victoria de unos y la derrota de otros, o sea, de los cementerios o los futuros imperios universales” (Levinas, 2012).
Referencias
Agamben, G. (2014) Desnudez. Buenos Aires: A.H
Hoyos, G. (1995). Ciencia, educación y desarrollo: un nuevo ethos cultural. Revista Nómadas No 2. Universidad Central.
Levinas, E. (2012). Totalidad e Infinito. Salamanca: Sígueme.