jueves, diciembre 25, 2025
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Y nunca volvieron

Por: Juan Cristóbal Zambrano López

Por años, el Cauca ha sido una tierra prometida solo en campaña. Cada elección llegan los discursos, las promesas solemnes, las fotos con líderes sociales, los abrazos en las plazas públicas. Luego pasan las urnas, se cuentan los votos… y nunca vuelven. Más bien, no volvieron.

El Cauca votó masivamente por Gustavo Petro y por Francia Márquez. No fue un voto tibio ni marginal: fue un respaldo contundente, una apuesta política clara, cargada de esperanza. Se creyó en el cambio, en la paz total, en la reivindicación histórica de un departamento golpeado por la violencia, el abandono y la pobreza estructural. Hoy, esa esperanza parece una burla.

Porque mientras el país debate reformas desde la comodidad de Bogotá, el Cauca se desangra. Bombas casi a diario. Atentados contra líderes sociales. Hostigamientos, cilindros, panfletos, miedo. La vía Panamericana bloqueada una y otra vez, como si fuera normal aislar a todo un suroccidente. Municipios donde el Estado solo aparece en los comunicados de condena, pero nunca en la protección efectiva.

Aquí no hay paz total. Hay miedo total.

El Cauca no es solo una cifra en un informe de seguridad ni una línea perdida en un discurso presidencial. Es gente que no puede salir tranquila de su casa. Es comerciantes que cierran temprano. Es familias que aprenden a distinguir entre pólvora festiva y explosivos. Es una juventud que crece normalizando lo inaceptable.

Y lo más grave no es solo la violencia, sino el silencio. El silencio del Gobierno Nacional frente a un departamento que le dio la victoria. El silencio frente a los asesinatos selectivos. El silencio frente a las disidencias fortalecidas. El silencio frente a la sensación (cada vez más extendida) de que el Cauca quedó a la deriva.

Francia Márquez, hija de esta tierra, símbolo de lucha y resistencia, llegó a la Vicepresidencia con la bandera del Cauca en alto. Hoy, esa bandera parece abandonada en algún despacho. No basta con el origen, ni con el discurso identitario, si la realidad en el territorio es peor que antes. Gobernar también es responderle a quienes confiaron.

Aquí no se pide milagros. Se pide presencia. Autoridad legítima. Protección a los líderes. Inversión real. Decisiones firmes. Se pide que el Cauca deje de ser el laboratorio del fracaso estatal.

Lo digo no solo como dirigente político joven, sino como ciudadano. Como alguien que vive aquí. Como alguien que siente miedo. Sí, miedo. Miedo de salir. Miedo de estar en el lugar equivocado a la hora equivocada. Miedo de que la violencia deje de ser noticia y se vuelva rutina. Porque cuando el Estado se ausenta, la vida vale menos.

No debería ser normal pensar en la muerte como posibilidad cotidiana. No debería ser normal vivir calculando rutas, horarios, riesgos. No debería ser normal que a uno le duela su tierra, no solo por lo que es, sino por lo que le han quitado.

Si algún día la violencia me alcanza (como alcanza a tantos en este país) no quisiera que se diga que fue un hecho aislado, ni una tragedia más en la estadística. Sería apenas la consecuencia lógica de un Estado que miró hacia otro lado. Tal vez no sería una muerte heroica ni ejemplar, pero en un país que se acostumbró a perder a los suyos, incluso caer bajo ráfagas de fuego ,podría convertirse en una forma de denuncia, en la prueba brutal de que el abandono también mata, podría no ser un sacrificio en vano.

Y mientras tanto, aquí seguimos. Esperando. Porque el Cauca votó. El Cauca creyó.

Y ellos… nunca volvieron.

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