martes, octubre 7, 2025
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De la prudencia como virtud

CARLOS E. CAÑAR SARRIA – carlosecanar@hotmail.com

Según Aristóteles, la prudencia es la más importante de las virtudes, conduce a la felicidad como razón de ser de la ética. Para el citado filósofo los seres humanos somos animales políticos dotados de racionalidad. De ahí se desprende el argumento que señala que un Estado feliz está conformado por hombres felices; la felicidad de los asociados es la misma felicidad del Estado.

Sin prudencia es complicado establecer un buen gobierno. Gobernantes imprudentes se exponen a riesgos innecesarios que de alguna o de múltiples maneras, pueden repercutir de modo negativo en la sociedad.

Hay personas que aparentan tener vocación suicida. Y lo peor es que no escuchan consejos así tengan de sobra quienes les hablen al oído. Olvidan o desconocen que la imprudencia ha hecho desaparecer imperios.

Toda sociedad es una sociedad política porque en ellas se dan relaciones de poder; pero ello no significa que circunscribimos la prudencia al poder político, sino que también nos referimos a la prudencia en la vida cotidiana.

De otro lado, algunos podrían pensar- de manera equivocada- que la imprudencia es comportamiento típico de ignorantes, pero la verdad es que la imprudencia suele presentarse en personas elevadas desde el punto de vista intelectual que en su actuar, lo que debiera ser racional se traduce en lo contrario.

Los seres humanos siempre estamos mediatizados por las circunstancias. Esta condición circunstancial, hace que en la cotidianidad de la existencia nos sintamos en medio de una serie de situaciones que hacen indispensable la prudencia en nuestras decisiones y comportamientos. Dice Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mi circunstancia y si yo no la salvo a ella no me salvo yo”.

El hombre- entendido en forma genérica- es un ser de emociones y sentimientos, que en muchas ocasiones necesitan ser controlados por la razón para no dejarlos al azar al son del dominio de las pasiones. Es la prudencia la virtud que puede apartarnos del error; mediante el buen juicio nos inclinamos por las mejores decisiones y acciones y así poder evitar el fracaso; que si por algunas circunstancias fracasamos es prudente racionalizar lo sucedido para que los errores no se vuelvan a repetir. Es necia la persona que no aprende de sus errores. Querámoslo o no, toda acción humana tiene una connotación ética donde intercede la responsabilidad como una de las principales consecuencias.

Debemos mirar a nuestro alrededor para tener conciencia de qué personas nos rodean, escudriñar cuáles son sus verdaderas intenciones; saber en qué escenarios nos movemos y cuál es el momento histórico en que nos encontramos; tener en cuenta lo que decimos y lo que callamos; poner atención a la expresión del lenguaje gesticular de las demás personas y de nosotros mismos; por más espontáneos que sean los gestos. En realidad se trata de una tarea algo complicada.

 

En no pocas ocasiones nos corresponde optar por el evitamiento si es que nos queremos ahorrar problemas y dificultades. En un mundo competitivo como el actual, no falta gente que la envidia, la mala fe, el egoísmo y la violencia no la deja vivir tranquila; infortunadamente siempre habrá personas encargadas de arruinarles la vida a los demás, incluso en el seno de las propias familias. Es prudente ponerle atención a la condición humana, siempre volátil, interesada, hipócrita y ansiosa de ganancias.

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