miércoles, octubre 8, 2025
No menu items!
spot_img

El perfecto pusilánime

Por: Juan Cristóbal Zambrano López.

En la política, el liderazgo se mide en los momentos de crisis. Gobernar no consiste en hacer discursos encendidos ni en recitar frases cargadas de ideología. Gobernar es asumir decisiones, a veces incómodas, muchas veces impopulares, pero necesarias para preservar la institucionalidad, proteger a la ciudadanía y garantizar el rumbo de la nación. En esa tarea, el presidente Gustavo Petro ha demostrado ser, ante todo, un pusilánime.

Su gobierno ha estado marcado por la vacilación permanente. Prometió ser el presidente del cambio, pero se ha quedado atrapado en el laberinto de sus propias contradicciones. Se muestra fuerte en Twitter, pero débil en los territorios; levanta la voz en la Plaza de Bolívar, pero guarda silencio frente a las masacres que ocurren en el Cauca, Arauca o Putumayo; se indigna con el Fondo Monetario Internacional, pero no logra que su propio gabinete lo obedezca. La realidad es que Petro ha convertido la presidencia en un púlpito y no en una oficina de decisiones.

El pusilánime se nota en su incapacidad para ejercer autoridad. ¿Dónde está el presidente cuando la vía Panamericana se bloquea durante semanas y condena al sur del país al desabastecimiento? ¿Dónde está el presidente cuando los grupos armados se reparten el territorio, asesinan líderes sociales y reclutan niños? ¿Dónde está el presidente cuando los hospitales públicos cierran porque no reciben los giros prometidos por el Ministerio de Salud? Está, como siempre, enredado en discursos sobre el capitalismo mundial, sobre la conspiración de las élites o sobre la urgencia de una Asamblea Constituyente. El presidente habla, pero no actúa.

Su talante pusilánime también se refleja en la manera como se refugia en el victimismo. Petro no gobierna: se lamenta. Cada semana, en lugar de presentar soluciones, busca culpables. La Corte Constitucional, el Congreso, los medios de comunicación, la Procuraduría, los jueces, los empresarios, todos son responsables de que sus reformas no avancen o de que su plan de gobierno naufrague. El presidente, sin embargo, nunca se mira al espejo. Nunca reconoce que su falta de liderazgo, su estilo confrontacional y su tendencia a dividir en lugar de unir han profundizado el aislamiento político de su mandato.

La pusilanimidad no es cobardía abierta, sino disfrazada. Petro no enfrenta los problemas: los maquilla. Ha prometido una transición energética, pero mientras tanto el país sigue dependiendo del petróleo y del carbón. Ha hablado de paz total, pero lo que tenemos es guerra total. Ha anunciado cambios profundos en la salud, pero su reforma se convirtió en un desorden administrativo que dejó a millones de colombianos con servicios en riesgo. La realidad es clara: el presidente no toma decisiones firmes porque teme asumir las consecuencias. Prefiere la retórica a la responsabilidad.

En la historia republicana de Colombia hemos tenido presidentes débiles, otros autoritarios, unos valientes y otros indiferentes. Pero pocos han encarnado con tanta claridad la figura del pusilánime: aquel que, teniendo en sus manos la posibilidad de dirigir con firmeza, se esconde detrás de excusas, discursos o silencios estratégicos. Petro no gobierna, Petro pospone. Petro no manda, Petro tuitea. Petro no decide, Petro improvisa.

El problema de un presidente pusilánime es que el país entero termina pagando la factura. Mientras él duda, los violentos avanzan. Mientras él se lamenta, la economía se resquebraja. Mientras él improvisa, las instituciones se desgastan. El tiempo de un presidente es el recurso más valioso de una nación, y el de Petro se ha gastado en un interminable monólogo sobre sí mismo.

Colombia necesita un jefe de Estado con carácter, no un comentarista de su propia tragedia. Necesita un estadista capaz de dialogar, pero también de decidir; capaz de escuchar, pero también de actuar; capaz de proponer, pero también de ejecutar. Petro ha demostrado lo contrario: se refugia en su círculo de fieles, descalifica a quien lo contradice y posterga indefinidamente las soluciones que exige el pueblo.

El sur del país, donde la violencia arrecia, lo sabe mejor que nadie. Las comunidades del Cauca y de Nariño han esperado inversiones, presencia del Estado, alternativas reales al narcotráfico. Pero en lugar de eso, han recibido promesas incumplidas, anuncios de papel y un Estado cada vez más ausente. Mientras tanto, el presidente prefiere ir a cumbres internacionales a hablar de salvar al planeta, olvidando que no ha podido salvar ni siquiera a Argelia, a Suárez o a Tumaco.

Algunos dirán que Petro es valiente por desafiar a los poderes tradicionales. Yo lo llamo pusilánime porque, en vez de enfrentar los problemas de frente, escoge el atajo de culpar a otros. Gobernar es dar la cara, no lavarse las manos. Gobernar es ordenar, no evadir. Gobernar es resolver, no teorizar. Y Petro, con todo su supuesto talento para las palabras, ha sido incapaz de dar el paso hacia la acción.

La historia será implacable con los presidentes que no supieron estar a la altura de sus tiempos. Y Petro pasará a la historia como el presidente que, teniendo la oportunidad de transformar el país, se quedó atrapado en su propia pusilanimidad. Un presidente que confundió liderazgo con discurso, autoridad con queja, valentía con improvisación. Un presidente que no supo gobernar porque nunca quiso asumir la responsabilidad de hacerlo.

Colombia, mientras tanto, espera. Espera un rumbo claro, una voz firme, una decisión concreta. Espera un presidente que no tema enfrentar la realidad, así duela, así incomode, así divida. Pero el pusilánime de Palacio ha elegido otro camino: el de las palabras huecas y las acciones tibias. Y ese camino, tristemente, conduce a un país más débil, más fracturado y más desesperanzado.

El problema de un presidente pusilánime no es solo que él fracasa: es que arrastra a toda una nación en su indecisión. Y Colombia, con toda su riqueza, su diversidad y su potencial, no merece estar condenada al vaivén de un mandatario que habla mucho, promete todo y cumple nada.

Gustavo Petro pasará a la historia, sí. Pero no como el presidente del cambio, sino como el presidente de la pusilanimidad.

Artículo anterior
Artículo siguiente
ARTICULOS RELACIONADOS

NOTICIAS RECIENTES

spot_img