Capítulo VII. Perder todo en 15 minutos.
Por Juan Carlos López Castrillón
Después de dos semanas de cabalgar en un viaje de negocios de Popayán hasta Quito, en el año 1704, Don Diego José de Velasco se enferma. Su salud se ha resentido por la travesía de los páramos gélidos y luego los valles calurosos de esas jornadas. Se encuentra alojado en la casa de Miguel Pérez, sobrino de Doña Dionisia, quien se ha quedado en Popayán.
Ya recuperado – y por alguna extraña circunstancia – Don Diego pide que venga el escribano de la ciudad, Gregorio López, un español amigo suyo, a quien le dice:
-Quiero hacer un poder general, por si algo me pasa en estos viajes, entregando todas las facultades a mi esposa Dionisia para que ella haga mi testamento en el caso que yo no alcance, nadie conoce mejor mis bienes y mis deudas, pero por sobre todo mis voluntades.
Y enseguida agrega:
-Debe constar en el poder que al momento en que faltare, una parte de mis bienes debe “ir a capellanias” para que se le entregue a la diócesis de Popayán.
El escribano así lo hace constar ante dos testigos y firman todos.
Ya alentado de fuerzas Don Diego José regresa a Popayán (con el poder para otorgar testamento en las alforjas de la montura del caballo). Llega y participa activamente en la “rebelión de los pambazos” y en la construcción de la paz bajo la batuta del nuevo gobernador -enviado directamente por el Rey- Carlos Baltazar Pérez, Marqués de San Miguel de La Vega, su nuevo mejor amigo.
En 1708, a los 52 años de edad, enferma de gravedad y muere rápidamente el 9 de junio de ese año sin hacer testamento.
Don Diego José de Velasco, único varón, criado entre hermanas, casado a los 31 años, quien fuera alguacil mayor, Alférez Real, alcalde de Popayán y teniente coronel de varios gobernadores, pero por sobre todo el hombre más rico de todo el sur de la Nueva Granada, es enterrado en la catedral, al lado del altar mayor, gracias a sus generosas donaciones a la causa eclesiástica.
Semanas después, cuando se empieza a hablar del proceso de sucesión de Don Diego José, le es entregado a Dionisia el poder firmado en Quito. Se da cuenta que tiene en sus manos el futuro del enorme patrimonio de la familia del finado.
Dionisia se sienta en la mesa del comedor y escribe lo que ella interpreta como la última voluntad del primogénito de la dinastía de los Velasco, el único varón heredero de la totalidad de las riquezas de su padre Don Diego, el nieto de Don Pedro, quien llegó de España acompañando a Sebastián de Belalcázar.
El testamento firmado por ella – a nombre de su difunto marido – reza que después de pagar algunas acreencias, el saldo de dinero y de todos los bienes se divida en dos partes: una para “las capellanías”, con lo cual se buscaba asegurarle un lugar de privilegio en el cielo; y el excedente mayor, en su totalidad, a Doña Dionisia, su esposa de 36 años, quien se autodeclara única heredera y albacea. Así lo firma y lo protocoliza.
Obviamente este insuceso despertó múltiples comentarios y suspicacias, por lo cual ella le pide al escribano de Popayán que lo certifique, lo que así sucede.
De todas formas, en los corrillos que se forman al tomar una copichuela en los negocios de “Los Portales”, situados en los bajos de la casa de Doña Dionisia, en todo el frente de la plaza mayor, se lanza una frase lapidaria que perduraría por siempre:
-“Todo lo que la familia del conquistador Pedro de Velasco y su descendencia, construyeron en 171 años de esfuerzos, pasó (en tan solo 15 minutos) a ser propiedad de Doña Dionisia, en virtud del aparecido poder firmado en Quito”-.
Remata esa tertulia el influyente Don Cristóbal Mosquera diciendo a sus amigos: – Definitivamente hay dos formas fáciles y legales de hacerse rico: al nacer y al casarse.
Esa noche, la de la apertura del testamento firmado por poder, Doña Dionisia le pide a dos de sus cuñadas que la acompañen y se queden en su casa. No saldrían de ahí sino cuatro años después, cuando su estado de viudez llegara a su fin y ellas se fueran para un convento.
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Posdata local: este domingo se cumplen 20 meses del mandato de los gobiernos locales, lo cual equivale al 40% de sus períodos. Sería interesante preguntar cuánto se ha ejecutado de los 3.8 billones de pesos que vale la INVERSIÓN a la que se comprometió conseguir la administración de la Alianza por Popayán en su Plan Municipal de Desarrollo.