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Dos siglos y cinco días: una mirada a la ciudadanía, la igualdad y el presente

Ya hacia finales del siglo XVIII, el término ciudadano comenzaba a desplazar a los tradicionales vecino y vasallo, que dominaban el lenguaje social

Francisco Antonio Zea, el botánico que luchó por la independencia de  Colombia – Prospectiva en Justicia y Desarrollo
Francisco Antonio Zea / fotos internet

Por: Jesús Alberto Aguilar Guerrero

Todos atravesamos momentos en los que la vida parece desmoronarse: pérdidas irreparables, corazones tristes, batallas internas… Sin embargo, en medio de esas tormentas, aún es posible levantarse con actitud positiva y perseverancia, aferrados a la convicción profunda de que incluso el dolor puede transformarse en propósito. Con la ayuda de Dios, aún cuando el mundo parece estar al revés, podemos encontrar esperanza, inspiración y herramientas prácticas para salir adelante.

Desde esta reflexión íntima se nos invita también a revivir la historia de Colombia, porque en ella —como en nuestras propias vidas— la adversidad se ha convertido en semilla de transformación. Hace exactamente dos siglos y cinco días, se gestaban en estas tierras los primeros pasos hacia una nueva forma de ser sociedad: la ciudadanía.

Del vasallo al ciudadano: el nacimiento de un nuevo lenguaje político

A raíz de la crisis de la monarquía española en 1808, en el virreinato de la Nueva Granada, del cual hacía parte Colombia, comenzaron a implementarse reformas de profundo calado político. Esta crisis dinástica abrió paso a una serie de experimentaciones que, más allá de lo institucional, impusieron un nuevo lenguaje, un nuevo imaginario: palabras como ciudadano, representación o igualdad, que hasta entonces eran usadas en contextos limitados, tomaron sentidos nuevos, potentes e irreversibles.

Fue así como emergió un nuevo modelo de sujeto político: el ciudadano, figura que abolía de manera radical los antiguos estatutos socio-raciales que organizaban la sociedad colonial de forma jerárquica. En principio, esta nueva identidad legal nos colocaba a todos —mestizos, criollos, negros, indígenas— en una misma relación frente a la ley. Un giro histórico que, aunque imperfecto y lleno de tensiones, empezó a consolidar la idea de igualdad.

Zea, Nariño, Bolívar y la consagración de la palabra “ciudadano”

Ya hacia finales del siglo XVIII, el término ciudadano comenzaba a desplazar a los tradicionales vecino y vasallo, que dominaban el lenguaje social. En su célebre columna del Papel Periódico de Santafé, Francisco Antonio Zea sacrificó su reputación de “literato” en favor del título de ciudadano, definiendo a este como aquel que se compromete con el bien común, con la administración del reino, con el bienestar compartido.

En contraste, vecino hacía referencia a quienes poseían casa y terreno en pueblos o ciudades y participaban del Cabildo, mientras que vasallo aludía a los súbditos del rey, en una sociedad que todavía se estructuraba bajo un orden piramidal donde lo blanco, lo noble y lo masculino predominaban. Así, el “jefe del hogar” protegía a mujeres, niños, sirvientes y esclavos, en un esquema de poder vertical.

Bolívar incluso afirmaba que no había título más sublime que el de “buen ciudadano”. Este uso se expandió también a las mujeres patriotas, a la Iglesia y al ámbito militar, convirtiéndose en símbolo de compromiso con el país naciente.

Simón Bolívar, el endeudador de América.
Simón Bolívar

Igualdad: el sueño aún por construir

Sin embargo, instaurar la ciudadanía fue solo el primer paso. La verdadera lucha se dio en el plano de la igualdad. La ciudadanía, inicialmente, no se tradujo automáticamente en equidad para todos. Los privilegios de algunos seguían vigentes, y se necesitó tiempo, disputas y sacrificios para desmontarlos. Fue Francisco José de Caldas quien expresó con claridad el deseo de una sociedad sin distinciones, donde prevalecieran “la igualdad y la fraternidad”.

Hoy, más de 200 años después, este sueño aún se sigue construyendo. La historia cobra especial vigencia en la actualidad, cuando en Colombia se habla de un “gobierno de la igualdad” y, al mismo tiempo, se evidencian nuevas formas de discriminación y exclusión. Se usa a las personas mientras conviene, se les aparta cuando incomodan. La igualdad proclamada parece, a veces, una consigna vacía.

Francisco José de Caldas: conmemoración solemne de su muerte | Parque  Explora
Francisco José de Caldas

Por eso, este texto no es solo una mirada al pasado, sino también un llamado al presente. A recordar que la ciudadanía no es solo un estatus legal, sino un compromiso activo con la justicia, la solidaridad y el bien común. A recordar que la historia no termina con la firma de un acta o la caída de una corona, sino que se escribe todos los días, en cada acto de respeto, de inclusión y de dignidad humana.

Porque la verdadera revolución no es solo política, sino ética y espiritual. Y esa, aún hoy, está por hacerse.

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