Por Juan Carlos López Castrillón
Leyendo la información del DANE y de Migración Colombia sobre los compatriotas que anualmente se van sin tiquete de regreso y de los venezolanos que nos llegan en ese mismo periodo, queda uno triste, con ganas de llorar. Y no es nada en contra de los hermanos del vecino país que llegan huyendo de la crisis política y social que viven allá; es porque la ecuación es muy complicada, pues en la práctica estamos cambiando colombianos emigrantes por venezolanos inmigrantes. La diferencia es que los últimos llegan caminando y solo con una maleta a las espaldas. Según la misma fuente ya hay más de 2.8 millones de estos últimos en Colombia, pero pueden ser más, y creciendo.
El año pasado se fueron oficialmente – sin pasaje de retorno – más de 400 mil colombianos. Esa cifra es como si toda la población de Popayán hubiese salido del país durante el 2024. Lo más grave es que estamos ante una tendencia al alza y que principalmente se están yendo los jóvenes, muchos de ellos con buen nivel de educación o profesionales exitosos; eso se llama pérdida de capital humano.
La inmensa mayoría son competitivos, por eso es probable que no regresen (de pronto de vacaciones) y se sumen a los 5 millones de compatriotas que se han ido a vivir al exterior; con lo que también seguirá aumentando el giro de remesas, que ya va en 12 billones de dólares al año y es el segundo renglón de ingresos de nuestros recursos externos como nación, después de los hidrocarburos.
Si a lo anterior le sumamos que la tasa de natalidad está decreciendo (cayó 13.6% en 2024) y que la economía informal crece, estamos ante una futura tormenta perfecta en la financiación de las pensiones, pues son los aportes de los jóvenes la base del pilar solidario que permite pagar los más de 2 millones de pensionados, cifra que crecerá en forma importante durante los próximos años en virtud de la recién aprobada reforma pensional, lo cual en principio – teóricamente – está bien.
Comenté estos dos temas en una reunión de un grupo de trabajo para terminar preguntando qué se podría hacer para evitar que esta situación siga creciendo, la respuesta fue que por ahora, nada: esperar a que las cosas mejoren, que Colombia sea igual de atractivo a los países del primer mundo para que los jóvenes opten por quedarse a trabajar aquí y se vayan menos, y mientras tanto calmar esas ganas de llorar, como dicen en España, yendo “a llorar a la Llorería”
Posdata: el refugio animal de Popayán está listo para funcionar, pero van a “mamar gallo” todo el tiempo que puedan para hacer que eso suceda muy lentamente. Todo porque huele a Pollo. Eso es mezquino, condena a centenares de animalitos al sufrimiento, al abandono e incluso a la muerte; pero además contradice el discurso religioso que repiten varios funcionarios, porque amar a Dios implica reflejar su carácter y si Dios es amor, misericordia y compasión, quien realmente lo ama y dice servirle no puede cerrar el corazón ante el dolor de los seres más vulnerables de la creación, menos aún bajo el argumento falso de que no hay plata. La política pública animalista tiene en este momento más de mil millones sin ejecutar y el municipio pasa por un gran momento financiero, darle más recursos a la protección y el bienestar es un asunto de voluntad política y humanismo.
Definitivamente, viendo lo que pasa en la comarca, toca ir a llorar a la Llorería… por ahora.