Por: Juan Camilo López
Pareciera que lo que sucede en las relaciones entre Colombia y Estados Unidos es un tema ajeno al día a día de las personas, como si no nos tocara o, al menos, al ciudadano del común no le importara. Nada más alejado de la realidad. Por el contrario, la economía nacional depende en gran parte del éxito de nuestras relaciones internacionales, y estamos hablando del principal socio comercial del país. Además, en los vínculos diplomáticos con Estados Unidos radican los sueños de miles de familias y estudiantes, así como la cooperación clave en luchas trascendentales para Colombia, como la erradicación de cultivos ilícitos y el combate al crimen organizado, entre muchos otros temas.
Dicho esto, es importante señalar que atravesamos quizá uno de los momentos más tensos en la historia reciente de las relaciones diplomáticas entre Colombia y Estados Unidos, después del llamado a consultas que le hicieron a embajador de Estados Unidos en Colombia. Alrededor de esta situación hay dos puntos que considero necesario poner en el centro del debate público.
Primero, estamos enfrentando una época marcada por los populismos, con figuras que buscan únicamente afianzar sus bases y generar emoción en sus seguidores. Esta tendencia ha sido evidente en ambas partes. Por un lado, el presidente de Colombia, ignorando por completo el impacto que tendría un quiebre con Estados Unidos, ha hecho afirmaciones sin filtro contra el expresidente Donald Trump y el Secretario de Estado Marco Rubio. A esto se suman trinos incoherentes que solo han añadido tensión innecesaria a la relación bilateral. Este comportamiento es propio de un mandatario que parece anclado en las discusiones ideológicas del siglo XX y en los esquemas de la Guerra Fría, sin entender que el orden global actual es muy distinto.
Pero también hay populismo en el otro lado. En Estados Unidos, figuras que discrepan con el presidente Petro han aprovechado sus declaraciones para agitar banderas ideológicas y lanzar ataques que, en muchos casos, están más pensados para el consumo electoral interno que para una reflexión seria sobre el papel de Colombia como aliado estratégico. Ojalá este sea un momento de sensatez, en el que ambas partes comprendan que la ruptura solo perjudicaría a quienes menos poder tienen para influir: los ciudadanos.
Segundo, Colombia no ha manejado sus relaciones exteriores con el rigor técnico que requiere un país con esta magnitud de compromisos internacionales. Ni con Estados Unidos, ni con Ecuador, ni con Francia, ni con Venezuela, ni con el mundo el país ha delineado un modelo de relacionamiento claro ni una visión estratégica de política exterior. Por el contrario, funcionamos a merced de lo que el presidente diga en su discurso del día, confundiendo con frecuencia su antiguo papel como integrante del M-19 con el que hoy le exige la Constitución como Jefe de Estado y conductor de las relaciones internacionales.
Un ejemplo elocuente de este desorden es la renuncia de Laura Sarabia, quien considerábamos inamovible en el Gobierno, y que dejó su cargo en la Cancillería en medio del escándalo de los pasaportes. Esta vez las incoherencias del gobierno que tienen consecuencias jurídicas la tocaron a ella y a su futuro, con el caso de los pasaportes y decidió dar un paso al costado.
En definitiva, necesitamos serenidad. Que no se rompan los puentes con Estados Unidos, porque recomponerlos será una tarea monumental para el próximo presidente. Si seguimos improvisando en temas de esta magnitud, quien termina perdiendo es el país y con ello los ciudadanos en su día a día.