Por: Alejandro Zúñiga Bolívar
Yo también estuve abrumado. Durante la pandemia, como muchos, sentí el peso de la incertidumbre y el miedo. El silencio de las calles, la ausencia de abrazos, la amenaza invisible del virus, todo ello caló hondo en el corazón. Y en medio de esa soledad colectiva, una imagen me marcó para siempre: el papa Francisco, solo, caminando por la Plaza de San Pedro durante el viacrucis de Semana Santa.
Esa escena, casi fantasmal, tenía una belleza desconcertante. Bajo la lluvia, con paso lento y firme, el Santo Padre recorría un Vía Crucis sin fieles pero lleno de humanidad. No llevaba consigo una muchedumbre, pero cargaba el peso de todos. Lo vi como un pastor herido pero en pie, guiando a su rebaño aun cuando no podía tocarlo. No se trató solo de una ceremonia, fue un acto de amor y de fe. En ese momento, me sentí acompañado.
Aquella imagen me acompaña aún hoy. Me enseñó que incluso cuando todo parece perdido, cuando el mundo se paraliza, hay gestos que reavivan la esperanza. Y Francisco lo supo hacer con la humildad que lo caracterizó siempre: sin estridencias, sin imponer, solo estando presente. Su presencia fue bálsamo. Nos recordó que también en el silencio habita Dios, y que la fe no se apaga con el miedo, sino que se fortalece.
Pero si esa fue una de las imágenes más conmovedoras de su pontificado, no puedo olvidar sus mensajes llenos de vida, especialmente para los jóvenes. Nunca se cansó de decirles que no se quedaran quietos, que no tuvieran miedo de soñar en grande, que el mundo necesitaba su valentía. “Hagan lío”, les dijo alguna vez. Y tenía razón: el mundo necesita jóvenes que no teman equivocarse, que se levanten, que transformen.
Con su estilo cercano, a veces incluso incómodo para los poderosos, el papa Francisco fue guía en tiempos revueltos. Amó la tierra, defendió la dignidad humana, abrazó a los excluidos. Fue, para muchos de nosotros, una brújula en medio de la tormenta.
Hoy, al saber de su partida, vuelvo a aquella imagen de la plaza vacía, pero ya no con la misma tristeza de entonces, sino con profunda gratitud. Su tarea en la tierra está cumplida. Y su legado, vivo.
Gracias, Francisco. Que descanse en paz, pastor de todos.