jueves, abril 24, 2025
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Aprendiendo a orar

Por: Sebastián Silva-Iragorri

Un Martes Santo, cómo no orar y levantar nuestra mirada hacia el reino, el poder y la gloria del Dios eterno que con la pasión y muerte de su Hijo nos entregó el perdón divino y con su resurrección la esperanza de nuestra salvación y vida infinita en su compañía. Esta es la esencia de la fe, como siempre se ha dicho y se seguirá diciendo, sin la resurrección de Cristo no hay posibilidad de creer, con su resurrección todo renace y las esperanzas florecen. Hoy estamos sumergidos en su pasión, Cristo detenido como un vil ladrón, humillado y conducido ante el Sanedrín, abofeteado, escupido, golpeado, azotado y coronado de espinas, con un dolor que imaginamos mirando nuestro Santo Ecce Homo hasta alcanzar a dimensionar el estado del verdadero Rey frente a la atroz realidad de un mundo que nada comprendía.

De la Sabiduría infinita brota la misericordia divina y la luz que ilumina el camino con la mayor confianza en la sanación de los corazones que salvan las vidas del naufragio, del error y las debilidades. Avanzar con voluntad férrea debe ser el propósito hasta encontrar el sendero de objetivos nobles que nos ayuden a incorporar motivaciones como impulsoras del progreso personal y colectivo.

En los libros sagrados se encuentran borbotones de sabiduría y consejos para que el alma que dirige al Espíritu se descubra en su plenitud y esplendor. No hay versión mayor en el hombre que el valor, la lealtad y la verdad surgidas del amor y la confianza. Confiar en Dios nos permite andar con seguridad en las rutas de la vida, encarando situaciones y problemas y superándolos con soluciones reales y alegres por estar transitando el camino correcto.

No podemos equivocarnos desviándonos del camino trazado en nuestra conciencia natural alimentada de las enseñanzas del Cristo paciente y renovador, libre e iluminado para el mundo, príncipe de la verdad y la esperanza. Siempre me ha encantado aquel pasaje evangélico repetido por Jesús, “Pedid y se os dará, llamad y se os abrirá, buscad y hallareis”, es un himno de confianza absoluta y una dirección cierta e innegable en la ciencia profunda de Dios.

No abandonemos jamás al desvalido, al que necesita no solo bienes materiales sino concejos acertados, no desamparemos al enfermo o al anciano ni al niño huérfano o a la mujer maltratada y otorguemos ayuda a manos llenas con generosidad y sin cálculos mezquinos. Seamos prudentes porque la prudencia es la madre de la ciencia y la ruta hacia el conocimiento de los seres y sus vivencias ejemplares. Rechacemos toda posibilidad de intenciones perversas manteniendo una fe sobrenatural. No desmayemos haciendo el bien ni entregando amor sincero y leal a cada instante.

Solo así nos iremos renovando y renaciendo, solo así caminaremos erguidos hacia los destinos elevados de la vida, solo así tendremos el ánimo de nuestra visión y misión en cumplimiento de actos de caridad sin publicidad ni arrogancia.

Esta Semana Santa como nunca debe estar rebosante de fe, con oraciones profundas por la Patria, por la unidad de voluntades para hacer respetar los derechos de todos y para involucrar a los que quieran expresar sus ideas en las decisiones fundamentales del Estado con las mejores perspectivas que nos garanticen unidad, libertad y progreso cimentados en el orden y la tradición.

En la gran jornada de esta Semana Mayor vamos orando con nuestras mentes, en el trabajo, en los oficios diarios, en los diálogos, en los emprendimientos, en los encuentros, en fin, pensando bien en cualquier lugar físico o espiritual en que nos hallemos, siempre con la fuerza de la sinceridad y humildad que es la oración que más agrada a Dios.

Recogidos, pensando en la pasión del Señor y en sus angustias, pero con alegría de su posterior resurrección es posible que hayamos aprendido a orar con nuestras mentes, con nuestras palabras, con el corazón, pero en especial con nuestras actitudes y conductas. Dios nos bendiga.

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