Por: Alejandro Zúñiga Bolívar
El Pregón de la Semana Santa no es solo la antesala litúrgica y cultural de los ocho días más importantes del calendario de Popayán. Es, también, el momento en que la ciudad se mira en el espejo de su historia y reconoce, en las palabras del pregonero, una identidad que no se agota en los rituales ni en las imágenes, sino que renace cada año en la emoción compartida de una comunidad que se sabe heredera de una tradición viva. Este 2025, el privilegio de convocar a la ciudad al recogimiento y la memoria recayó en el escritor Juan Esteban Constaín, quien hizo de su intervención una pieza memorable de evocación, erudición y poesía.
Constaín no leyó un discurso, tejió una crónica íntima. Su Pregón no fue el relato de una Semana Santa solemne y distante, sino una confesión entrañable de quien aprendió desde niño que ser de Popayán era una forma de estar en el mundo. A través de recuerdos personales —el Renault 12 de Ciro López, el terremoto del 83, las procesiones vistas a los cinco años con la emoción y el vacío de la infancia—, logró convertir su memoria en una memoria común. Y así, desde la risa hasta la lágrima, nos recordó que la Semana Santa no se hereda por obligación, sino por amor.
El Pregón de este año fue también un ensayo vibrante sobre la historia y el sentido profundo de las procesiones. Constaín rescató el carácter cultural y civilizatorio del cristianismo, la dimensión estética de la fe y el sincretismo que, como decía Nicolás Gómez Dávila, hace que el paganismo grecorromano sea también parte del Antiguo Testamento. Y entre citas a Oscar Wilde, Egeria de Galicia y Petronio, se las arregló para volver a colocar a Popayán en el mapa de la historia universal. Si las procesiones son, como dijo, una forma de contar el mundo, entonces Popayán es el lugar donde ese relato cobra sentido.
Con humor y desparpajo, el pregonero supo también reírse de sí mismo y de nuestras solemnidades, recordando las travesuras de juventud que alguna vez intentaron montar una procesión paralela, erótica y festiva. Pero lejos de ser irreverente, su relato terminó siendo una forma distinta de reverencia: aquella que nace del afecto profundo por una ciudad cuya belleza, según Constaín, radica en que allí todo es posible, incluso que el mundo entero quepa en sus calles.
Este Pregón, más que una pieza de oratoria, fue un acto de amor. Uno que nos recuerda que la Semana Santa no ocurre solo en el calendario ni en los templos: ocurre, sobre todo, en el corazón de quienes, año tras año, vuelven a recorrer las mismas calles como si fuera la primera vez. Porque sí, como dijo Juan Esteban, todo el mundo es Popayán. Y por fortuna, esta vez también nos pasó a todos igual.