Hoy conversamos con el escritor bolivarense que dedicó su vida a la docencia y ahora, desde sus propios cuarteles, va desgranando con paciencia, las historias de su pueblo y sus cotidianidades, a través de cuentos amenos y llenos de sorpresas.


Amparo Dorado, esposa; Carlos Julián, Martha Elena, Samuel Felipe (nieto), y Rafael Jr.


Por Antonio María Alarcón Reyna
Familia

Nací un jueves treinta de junio de 1949 en el ensoñador pueblo de Bolívar, Cauca. Hijo de Martha Elena Robles Garcés y de Rafael Garcés Garcés; en sus inicios, mi madre fue docente con un título que le otorgó el Colegio Femenino Vicentino, dedicando luego el resto de su vida a la formación y crianza de sus ocho hijos.
Mi padre fue también docente con diploma otorgado por la Universidad del Cauca, optando luego el título de bachiller en la misma universidad. Inició sus estudios universitarios en la carrera de abogacía, pero interrumpió su anhelo de ser abogado, ante el llamado del Partido Liberal tras la victoria de Enrique Olaya Herrera en 1930 para volver a Bolívar en el fortalecimiento del Partido Rojo.

Desde mi más temprana niñez, mi vida ha sido un cuento: – mi padre heredó una finca en la vereda La Chorrera, bautizada la “Casa Campesina”, donde permanecíamos en los veranos y, los fines y los comienzos de año.
En las auroras, a los pequeños nos trasladaban en zurrones en los cuales nos sorprendían las salidas del sol, el trinar de los pájaros, el abrazo de los vientos veraniegos y el musical choque de las hojas y las enramadas. Durante los días de estadía, doña Aguedita, esposa del mayordomo, preparaba el desayuno en el infierno de las tulpas asando plátanos retacados con maní tostado, y mientras tacaba y retacaba y avivaba el fuego nos hablaba de los espantos que rondaban por la finca durante el día: los duendes del bosque, las brujas de los guaduales y los demonios que se escondían en las cuatro milpas de la cocina.

En las noches, eran mis tías, las solteronas, quienes nos pintaban en las mentes de niños las figuras del “Pájaro Pollo”, la “Llorona”, la “Patasola”, la “Viuda”, el “Guando” y las “Almas en pena” que rondaban por todos los caminos. Los regresos de la finca al pueblo se hacían generalmente en los atardeceres para eludir los rayos solares, pero la noche nos alcanzaba y nuestra guía era la luz de las lunas llenas, y nuestras compañías eran los sonidos que salían de las cañadas, mientras nuestras cabezas hendían el aire para ocultarla dentro del zurrón y evitar encontrarnos con tantos fantasmas chorrereños.
Ya en la casa del pueblo y durante el día, con mis hermanos Francisco y Jaime nos divertíamos rondando por los soberados de las casas vecinas, y jugando con las niñas y niños en esas huertas inmensas que carecían de linderos. A las seis en punto de la tarde, sagradamente la familia debía estar reunida en la alcoba de los padres; acto seguido mi madre empezaba a rezar el rosario con todos los padrenuestros, avemarías, letanías y oraciones a todos los santos; con frecuencia con mis hermanos nos ganábamos pellizcos modelo tenaza por irrespetar el rezo.
Luego del rosario, mi padre quien había permanecido caminando en la sala, entraba al dormitorio y nos comentaba alguna noticia importante del país o del mundo; en ocasiones nos contaba anécdotas, nos hablaba de las mitologías griega y romana, y apartes de novelas de la literatura universal; junto con mi madre hacían concursos relámpagos de lectura, de escritura, de declamación y relatos de cuentos. Era la hora sabrosa en la penumbra de una sola bombilla antes de ir a conciliar el sueño y a la vez, continuar con las fantasías vividas durante tan intensos días.
Educación
La época escolar fue otra hermosa vivencia llena de ensoñaciones, el grado primero con mi recordado Maestro Nabor Castro Burbano fue uno de ellos. En el proceso de la lectoescritura nos enseñaba cada letra del abecedario basado en el nombre y la historia de personajes típicos del pueblo y sus alrededores: para enseñar la letra A, hablamos de la loca Adelaida, quien se paraba en las esquinas, miraba a lontananza y recitaba: “Cuando el periquillo canta/ y el ala mueve/ aguacero seguro/ si acaso llueve.” La letra B era la de “Bululo”, un personaje alcohólico que hacía mandados y quien llegaba a las casas cantando y bailando. La P de “Pesoro”, el albañil del pueblo quien siempre cargaba una escalera al hombro y permanecía todo el tiempo chispeado de agua de cal. Cada vez que me encontraba con mi maestro, me recordaba a aquellos personajes: – Quihubo Rafico, ¿te acordás del José “Cheque”?

Mi Maestro de Quinto Marco Aurelio Hoyos Muñoz, fue otra maravilla por la expresión que manejaba en sus relatos y la incentivación que daba a cada escrito que se le presentara. En la secundaria es inolvidable el Maestro Álvaro Cabezas Burbano, por sus dichos y sus refranes con los cuales atinaba a cada situación que se diera en sus clases; gran impulsador de obras teatrales y de la declamación.
Hoover Ortiz, el maestro santandereano, quien nos hizo producir literatura en Cuarto de bachillerato. Su lema era: cinco por ciento de teoría y noventa y cinco de práctica. Fue él, quien me llevo a escribir cuentos, poemas, parodias, coplas y a sentir placer por la escritura literaria.
Al iniciar mi juventud, mi padre se convirtió en mi gran amigo y pude descubrir en él, muchas facetas: de poeta, de ameno conversador, improvisador de versos chispeantes y gran conocedor de la historia y de la literatura universales. Junto a mi profesor Marco Aurelio, su mejor amigo y confidente, entablaban charlas de sus tiempos mozos y de toda su trayectoria histórica de amistad, en la cuales precisaban puntualmente: fechas, nombres, lugares y aconteceres. ¡claro está! que todo se hacía al nítido rechinar de las copas de aguardiente: yo curioso, siempre tuve la precaución de cargar papel y lápiz. En estos andares pude recopilar material para hacer mi primera publicación literaria: “Las cosas de mi pueblo: anecdotario bolivarense”.
El haberme desempeñado como maestro de niños, me condujo a escribir continuamente pequeños guiones de sainetes, poemas infantiles, múltiples cuentos, y a la vez, hacer que los alumnos crearan literatura dentro del Proceso Lectoescritor.
La Universidad del Cauca, en la Licenciatura de Lenguas Modernas me dieron elementos esenciales e innovativos para ampliar mi trabajo en los aspectos pedagógicos y literarios.
Pienso luego, que la vida misma con su trascurrir y sus enseñanzas nos atavían de saberes y de experiencias para crecer en lo que amamos, con lo que disfrutamos y nos libera. Mientras se escribe los tiempos se detienen y nos muestran senderos vírgenes por explorar, caminos nuevos por recorrer, espíritus fantasmales por enfrentar y ángeles divinos que nos cantan poemas y nos gritan: ¡Adelante!
Biografía (recuadro)
Rafael Garcés Robles : Nació en Bolívar, (Cauca) 1949.
Hizo sus Estudios Primarios y la Básica Secundaria en su pueblo natal. Maestro egresado de la Normal Nacional de Pitalito, Huila. Licenciado en Lenguas Modernas de la Universidad del Cauca. Especialista en Educación para la Cultura de la Universidad Antonio Nariño.
Trabajó como maestro de Primaria en los Núcleos Escolares de Viterbo, Caldas y de Corinto, Cauca. En la Escuela Urbana de Niños “San Luis Gonzaga” de Bolívar, Cauca. En la Escuela Urbana Mixta de Chuni de Popayán. Maestro de Práctica Docente en la Normal Nacional de Varones “José Eusebio Caro” de Popayán, por más de treinta años. Tutor de Investigación en el Programa de Básica Primaria de la Universidad Javeriana. Conferencista en diversos Encuentros Pedagógicos y Orientador de Cursos de Capacitación Pedagógica a docentes.
Representó al departamento del Cauca con Innovaciones Pedagógicas inherentes a la “Lecto-escritura” y a la “Literatura Infantil”, en el “Primer Encuentro Nacional de Innovaciones Educativas” del Ministerio de Educación Nacional. Bogotá, 1984. En el “Primer Encuentro de Ayudas Educativas del Suroccidente”. Armenia, 1986. En el “Primer Congreso Nacional Pedagógico” de Fecode. Bogotá, 1987. En el “Segundo Congreso Nacional Pedagógico” de Fecode. Bogotá, 1994. Además, participó por el Cauca en “Selección de Textos Escolares para la Básica Primaria de Colombia”. Bogotá, 1990. En el “Foro sobre Propuestas para la Nueva Ley de Educación y Reforma de Normales”, Bogotá, 1992.
Todo su trabajo literario poético y narrativo, estuvo inédito mucho tiempo, pero con la publicación de su primera obra literaria: “Las cosas de mi pueblo”, inició un camino que hoy lo lleva a su segunda obra “Casas de cinc y cuarenta cuentos más” que será presentado en estos días.
En palabras de Jesús Astaiza Mosquera, prologuista del libro de cuentos “Casas de cinc y cuarenta cuentos más”:
Es una fortuna encontrar entre los escritores caucanos y por qué no, entre los nacionales, un escritor con todas las características de un excelente narrador, valiente en sus comentarios, gran inspiración y sobre todo, nuevas armonías que configuran el particular estilo.
Su transitar educativo por senderos donde palpita el corazón de la comunidad le han servido para nutrir su imaginación y aportar ideas personales en las historias recogidas, razón para atrapar al lector desde un comienzo dado su bien logrado contenido, variedad de temas, riqueza de vocabulario y el inigualable sabor vivencial imprimido a cada uno de sus personajes hasta conducir al lector del asombro a ese final impredecible pleno de risa, estupor, preguntas, sugerencias, estremecimientos o añoranzas.
Desde la primera página el lector se siente tan compenetrado en su lectura porque son situaciones reflejadas en apuntes, chispazos, valores, surgidos de las entrañas de cada grupo social, a los cuales el escritor con su rescate y dedicación, aporta su creatividad, frescura literaria, sutileza, cristalizada en un lenguaje entre académico y popular donde afloran comportamientos reales, fantásticos o mágicos, que alimentan la esperanza a pesar de la incertidumbre.
Su tono resguardado en el bien decir introduce el diálogo para entretener, dar vida a sus personajes con el aliento de tejer historias del campo, la ciudad y las personas, que al hacerlas tan identificables, algunas se sienten tocadas, pero las más, felices de hacer parte de la escena tan minuciosamente contada.
El autor nada improvisa en su magistral narración y gran sentido del humor. Todo lo describe con una significativa coherencia y ponderada crítica de la sociedad, sin dejar de enaltecer la maravillosa época que la lectura del libro evoca.
El libro, al que me refiero, CASAS DE CINC Y CUARENTA CUENTOS MÁS, es del connotado escritor de Bolívar, Cauca, RAFAEL GARCÉS ROBLES, licenciado en Lenguas Modernas de la Universidad del Cauca, especialista en Educación de la UAN. Investigador, conferencista, poeta y cuentista. Autor de varios libros y reconocido columnista de periódicos y revistas.