Víctor Paz Otero.
Sin duda que, para la conciencia colectiva de la sociedad colombiana, fue y continuará siendo, un privilegio balsámico y hasta curativo, que a nuestro mundo se lo reconozca como la tierra del realismo mágico. La exquisitez metafórica y a veces hasta desmesurada de la imaginación literaria de Gabo tuvo el privilegio de regalarle a nuestra desquiciada historia una especie de segunda naturaleza cultural, que por momentos parece eclipsar las oscuras realidades de nuestra concreta y real historia, donde precisamente no impera el realismo mágico, sino otro realismo macabro e intimidante que se escribe con horror y con muerte en cada uno de nuestros días. Lo podríamos llamar el realismo trágico.
No es que no exista lo mágico; existe y sin duda de manera extraordinaria y multiforme. Y dotado de poder y de hechizo y de una fuerza subyugante gracias en buena parte a la magia del gran escritor. Y es un hechizo que nos hace creer, sentir y palpar que vuestro mundo se engendra en las más íntimas esencias de la fantasía.
Somos Macondo, un poco a la manera en que España es Don Quijote. Somos una historia que, gracias a la peste del olvido, nos aleja de las multiplicadas miserias y de las heridas incurables que cubren y enferman la piel de nuestra historia.
Mientras seamos Macondo podemos complacernos con la magia, con lo sorprendente y con lo insólito. Aceptaremos todo eso como una forma de existir en las entrañas de un tiempo histórico que gusta alimentarse de lo irreal. Mientras el realismo mágico sea la forma habitual de asumir y comprender nuestra realidad, las formas oscuras del realismo trágico no prevalecerán sobre el flujo verdadero de nuestro destino histórico.
Pensemos un momento, en este único y aterrador hecho, que demuestra en forma inapelable que lo que se puede llamar realismo trágico existe y cristaliza cotidianamente en fenómenos de degradación aterradora, que pueden ir más allá del ASOMBRO. Tenemos en Colombia un lugar conocido como el canal del Dique; donde habitantes campesinos de 20 municipios que pertenecen a su geografía, en años recientes, vieron pasar cada uno de los días del año, entre 24 y 37 cadáveres flotando sobre las turbulentas aguas en estado de descomposición avanzada. Eran cuerpos desnudos, de edades y sexos diferentes, cadáveres en su mayoría descuartizados, sin nombre, sin nada, solo con su maldita y sucia muerte congelada en sus ojos.
Los habitantes atónitos de las orillas, no pudieron volver a pascar, a su terror se les rejuntó el hambre. Tampoco nadie volvió a sembrar, al hambre se les impuso la errancia. Se fueron sin destino para no soportar es paisaje de cadáveres que invadió sus noches y ensució sus sueños. La infamia los transformó en desplazados.
Entre los años de 1997 y el 2005 se repitió de manera inexorable este ritual de euforia para los asesinos y de infinita amargura para los dolientes. Fue el tiempo del realismo repugnante y asesino con el cual el paramilitarismo imponía su ley. Tiempo de expropiación de la pequeña propiedad campesina para pasarla a la propiedad de los terratenientes que financiaban las masacres. Sin duda tiempo oscuro del realismo trágico.
Hoy la JEP, certifica que en esos 115,5 kilómetros de ese cauce de muerte y de amargura pueden encontrarse mucho más de 9000 cadáveres de personas que se nombran como desconocidas.
El precio de las obras que se piensan hacer en el canal del Dique tiene asignado un presupuesto de 3,2 Billones de pesos. Pero se han dictado medidas cautelares para proteger los restos de los desaparecidos.
Que extraño, pero a veces parece que se nos olvida, que, en tierras próximas al Macondo del realismo mágico, también florece y hasta se superpone, la sombra miserable del realismo trágico y verdadero que sigue alimentado el rio de cadáveres interminables que humedece de sangre las mañanas y las noches de esta patria extraña.
Víctor Paz Otero.




