Juan Pablo Matta Casas
Colombia se encuentra, una vez más, al borde del abismo institucional. El presidente Gustavo Petro, en una nueva muestra de su desprecio por las reglas de juego constitucionales, ha anunciado su intención de convocar una Asamblea Nacional Constituyente mediante una “papeleta adicional” que sería entregada a los ciudadanos en las próximas elecciones. Esta propuesta, que carece de sustento jurídico, amenaza con romper el pacto democrático y con sumergirnos en un experimento autoritario disfrazado de participación popular.
Lo que propone Petro no es eso. Lo que pretende es utilizar una “papeleta voluntaria”, entregada a los votantes sin control institucional, sin ley previa, sin marco normativo, para darle apariencia de legitimidad a un proyecto de poder personal. Esta maniobra no solo es abiertamente inconstitucional, sino que es peligrosa, pues abre la puerta a la anarquía jurídica, al desprecio por el Estado de Derecho y a la manipulación de la voluntad popular sin garantías.
En la teoría constitucional, el poder constituyente originario es el que tiene la capacidad de crear una nueva Constitución. Es un poder soberano, ilimitado, pero que solo se justifica cuando hay una ruptura radical del orden constitucional vigente: una revolución, una guerra civil, una dictadura. Nada de eso ocurre hoy en Colombia. Tenemos una Constitución legítima, vigente y respetada, que ha demostrado capacidad de reforma y adaptación durante más de tres décadas.
Frente a ese poder originario, está el poder constituido, es decir, las autoridades y órganos que derivan su legitimidad de la Carta Política y que deben actuar dentro de sus límites. Petro, como presidente, es parte del poder constituido. No está por encima de la Constitución. No puede invocar el poder constituyente como si fuera suyo, ni convocar una constituyente por voluntad propia, como si el Estado fuera una finca personal.
Lo que está haciendo el presidente es apropiarse de una figura sagrada del derecho político para saltar las instituciones que lo incomodan. Porque eso es lo que realmente hay detrás de esta papeleta: un intento por neutralizar a la Corte Constitucional, disolver el Congreso, reconfigurar el sistema de pesos y contrapesos, y abrir la puerta a un régimen de tipo plebiscitario, donde el “pueblo” es manipulado desde el poder.
No es casualidad que esta estrategia sea calcada de lo que hizo Hugo Chávez en Venezuela en 1999. También comenzó con una papeleta “consultiva”, por fuera de los mecanismos constitucionales. También usó el discurso de que “el pueblo es el constituyente”, mientras desmantelaba una democracia pluralista para consolidar un régimen autoritario. Hoy, Venezuela no tiene división de poderes, no tiene prensa libre, no tiene elecciones limpias. Solo tiene hambre, miedo y un gobierno que ya no rinde cuentas.
Petro parece seguir el mismo libreto. Se siente impedido por las instituciones: le incomodan los jueces, le estorba el Congreso, y considera que los medios que lo critican hacen parte de un “golpe blando”. La solución que ofrece no es dialogar, no es gobernar dentro de los límites, no es hacer reformas serias. Su solución es más poder. Poder sin controles. Poder absoluto.
Una constituyente en los términos que propone Petro no unirá al país. Lo dividirá aún más. No generará consensos, sino que avivará el odio y la confrontación. El país necesita reglas estables, no revoluciones permanentes. Necesita confianza institucional, no sobresaltos cada vez que el presidente no logra imponer sus reformas.
Si verdaderamente quiere reformar el sistema, que use los canales que la Constitución ofrece: las leyes estatutarias, los actos legislativos, los mecanismos de participación debidamente reglamentados. Pero que no convierta a Colombia en un laboratorio de populismo radical, porque eso solo traerá más pobreza, más enfrentamientos y menos democracia.
El anuncio de la papeleta constituyente es una línea roja. No es un acto simbólico. Es un ensayo de ruptura. Los demócratas de todas las orillas deben decirlo con claridad: Petro no tiene la facultad para convocar una constituyente por sí solo. El pueblo no puede ser instrumentalizado. La institucionalidad no puede ser burlada.
Este no es un tema de izquierda o derecha. Es un tema de república o caudillismo. Y si no lo frenamos, la historia no nos absolverá.