Por: Sebastián Silva-Iragorri
Hay tantas frases sabias en la vida que a veces solo al recordarlas nos pueden salvar de graves situaciones. Por ejemplo, cuando la duda agobia y hay premura para accionar nos decía, tal vez Santo Tomás de Aquino, “En la duda abstente” o “Detenerse a tiempo” para evitar un mayor mal.
No podemos dejar de referirnos en esta ocasión a uno de los más graves problemas que está atravesando el País producto de la ideologización, me refiero al sistema de salud pilar esencial y objetivo primordial en cualquier sociedad. Teníamos un sistema que como todo modelo en el mundo merecía cada cierto tiempo, ajustes, nuevas programaciones, correcciones, reparaciones e innovaciones. Teníamos la mayor cobertura de atención a la población con un régimen contributivo y subsidiado que llegaba prácticamente al 100% de la población. La estructura organizacional se basaba en un sistema mixto que se ajustaba con el paso del tiempo y cada vez producía mejores resultados y con mayor agilidad. La política o politiquería estaba por fuera de las decisiones o compromisos técnicos y todo estaba supeditado a la organización y mejoramiento creciente de las administradoras y las ejecutoras de la atención ciudadana. Bajo estos perfiles y con dificultades en adquisición de elementos por fondos limitados tuvimos que afrontar el desarrollo y las graves consecuencias de la pandemia y se lograron con un manejo riguroso y muy profesional importantes resultados hasta llegar a ser catalogados por los organismos internacionales de la salud como el País con el mejor manejo y respuesta de la pandemia en América. Con semejante panorama, lo ideal era haber continuado en el camino del perfeccionamiento del sistema y su desarrollo. Llega el nuevo gobierno y asume una posición totalmente crítica a la estructura existente en salud y se ideologiza el tema con el fin de regresar a la intervención estatal. Gravísimo error del cual nos arrepentiremos muy pronto. El sistema como estaba necesitaba ajustes importantes como ampliar aún más la cobertura territorial hacia las zonas rurales; agilizar los procedimientos del paso hacia los especialistas y ampliar su número; se necesitaba igualmente agilizar el traslado de los fondos ya auditados a las instituciones prestadoras de salud, las IPS, e igualmente se necesitaban más recursos en el presupuesto nacional. Estos son solo algunos ejemplos de ajustes que podían haberse hecho desde el punto en que nos encontrábamos con la profundización en los temas de corrupción. Pero llegó el desbarajuste, cuando la ideología tocó con dureza las puertas de la salud. Aparece el derrumbe y el desorden, la demora en los pagos, en los trámites, baja UPC y varias EPS empiezan a quebrar. Siguen entonces intervenciones estatales como deseaba en el fondo el gobierno y llega el momento de definir la forma del traslado de los recursos y quién debería hacerlo. Se determina que lo haga la ADRES que no tiene la estructura ni la capacidad para realizarlo con la velocidad que se requiere. Se permite en la parte regional la intervención de gobernadores y alcaldes que lógicamente empezarán a manejar criterios políticos en la definición de decisiones y poco a poco regresaremos al sistema que existía antes de la ley 100 de 1993, un sistema estatal demorado, lento en sus decisiones, burocratizado, politizado y con pocos resultados de eficiencia y efectividad.
Hoy vemos con asombro como muchos congresistas luego de la llegada del cuestionado ministro del Interior cambian sus pareceres y se colocan a favor de un proyecto que traerá graves perjuicios al sector de la salud. Ya se hizo un ensayo con el Magisterio y abundan las quejas por la atención, la anarquía y el desorden.
Hay grave responsabilidad en los Congresistas, no pueden caber intenciones personales en la toma de decisiones en tan importante sector. Si esta reforma fracasa deberá pesar sobre estos Congresistas alguna responsabilidad pues han tenido el tiempo suficiente para estudiarla y son muchas las voces de advertencia y alarma.
Recapaciten y deténganse a tiempo por favor.