Por: Sebastián Silva-Iragorri
Los que creemos en Jesucristo aceptamos que tiene dos naturalezas, la Divina y la Humana. Por la Humana tuvo una madre, que a su vez fue Virgen incluso en su concepción por El Espíritu Santo y en el nacimiento de su Hijo en Belén. Hablar y escribir sobre ella y sus atributos es una delicada tarea, pues son numerosas e infinitas sus virtudes. Lo primero es decir que era una hermosa niña escogida por Dios para ser la madre de su Hijo que vendría a anunciarnos la existencia y calidades del Padre y a redimirnos de nuestra condición temporal con la esperanza de una vida eterna en el Cielo. Logró, luego de muchas pruebas y dificultades por la persecución de Herodes en el Imperio Romano, que naciera su hijo en un establo de Belén. La Virgen María de la estirpe de David recibió una esmerada educación en su hogar y prometida a José descubrió su embarazo y con gran transparencia le contó a su futuro esposo, que dudó inicialmente, pero se casó con ella. Hay que admirar de María su integridad desde el principio, cuando el Ángel Gabriel le anuncia la concepción, ella contesta “Cómo puede ser si no conozco varón”; el Ángel la tranquiliza con un mensaje divino y ella acepta la voluntad de Dios con un SÍ que cambia la historia de la humanidad. Luego huye en compañía de José con gran entereza cuando se desata la persecución contra quien, según los Romanos, sería el Salvador de Israel bajo su Imperio. Ella se sobrepone a todas las persecuciones dispuesta a tener su hijo y defenderlo como fuera. En el momento del nacimiento solo tiene palabras de gratitud con el Padre y el Espíritu Santo. Luego durante la niñez de Jesús lo educa junto a José con diligencia y cuidado y al llegar a la vida pública acepta la misión que Jesús tiene de su padre Celestial. Viene entonces la terrible pasión de Cristo con todos los padecimientos materiales y morales y lo acompaña con inmenso dolor en su corazón hasta el calvario y luego cuando le es entregado su cuerpo. Qué valor, qué dignidad, qué entereza la de la Virgen María. En cada ocasión de su existencia demuestra virtudes y cualidades admirables y espléndidas. Después de la muerte de Jesús su vida transcurre en silencio, entregada en oración a Dios y cuando siente, en Éfeso, que se acerca el momento de su muerte, pide que la lleven a Jerusalén, allí muere en oración. Se ha buscado por infinidad de medios y por mucho tiempo el cuerpo de la Virgen, nunca lo han encontrado, por eso se reafirma la creencia de su asunción al Cielo con el poder de los Ángeles según la voluntad de Dios.
A la Virgen le han cantado en versos los poetas; su imagen adorna cuadros y murales de pintores; los músicos y compositores le han preparado bellas canciones y las han interpretado; los escritores del mundo han reseñado sus virtudes y aparece en las grandes Catedrales como en pequeñas Iglesias de pueblo lejanos; se peregrina por ella y se le pide con fervor y mística en la gran mayoría de lugares de la Tierra. Es sorprendente la Virgen de Guadalupe, como la del Rocío, la de Fátima y de Lourdes, la medalla milagrosa, la Virgen de Medjugorje y muchas más. Hay vírgenes blancas, mestizas, negras, indias y trigueñas según los sitios de aparición y los momentos históricos.
La Virgen María es madre, intercesora, mediadora, auxiliadora, que socorre y protege. Su insistencia, como en las bodas de Caná, produce milagros y prodigios. Es madre tierna y de corazón puro. Imaginen el dolor al ver caer a su hijo bajo el peso de la cruz y luego de morir recibirlo en su regazo con la piedad infinita de un amor de madre atormentada. Llegar a la Virgen Santa, a su corazón, es una forma divina de vislumbrar el tan anhelado cielo prometido.