viernes, julio 18, 2025
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El viacrucis del Cauca

Juan Pablo Matta Casas

En el vasto teatro de la historia, hay territorios que parecen condenados a revivir eternamente el drama del Gólgota. El Cauca es uno de ellos. Como si cada Semana Santa no solo se celebrara en sus calles con procesiones solemnes y cánticos antiguos, sino también en su geografía entera, donde la pasión, la muerte y la esperanza cobran forma no en alegorías religiosas, sino en realidades dolorosamente concretas. Y en este paralelismo profundo con la vida de Jesucristo, hay una figura omnipresente que no puede pasar desapercibida: el Gobierno Nacional, no como salvador ni redentor, sino como el gran ausente, el Pilato moderno que, ante el clamor del pueblo, se lava las manos y deja que otros carguen con la cruz.

Porque si algo ha condenado al Cauca a su viacrucis contemporáneo no ha sido la fatalidad ni el olvido pasivo, sino la negligencia del Gobierno Nacional. Cada vez que una comunidad queda atrapada entre el fuego cruzado; cada vez que se interrumpe la vía Panamericana sin una reacción eficaz; cada vez que se posterga una inversión prometida o se firma un acuerdo que no se cumple, se agrega un nuevo azote al cuerpo ya herido del territorio. La responsabilidad no es abstracta. Tiene nombre, tiene rostro y tiene sede en Bogotá. Tiene presupuestos que no se ejecutan, funcionarios que no conocen el territorio y promesas que se diluyen en la burocracia de los escritorios centrales.

Como Cristo, el Cauca ha sido traicionado por quienes decían amarlo. Le prometieron desarrollo y cambio. Le ofrecieron paz, y permitieron que florecieran nuevas formas de violencia. Le hablaron de inclusión, y lo utilizaron como peón en disputas ideológicas. Y cuando sus habitantes, como el pueblo que clamaba justicia en Jerusalén, alzan la voz para exigir presencia, soluciones y respeto, el Gobierno Nacional actúa como los poderosos del Sanedrín: acusa, reprime, desacredita y luego se desentiende. ¿Cuántas veces se ha dicho que el Cauca es una prioridad? ¿Cuántos planes especiales, pactos regionales y giras ministeriales han terminado en papel mojado?

La cruz del Cauca no es simbólica. Son las víctimas de una guerra que se recicla con nuevos nombres; son los campesinos que deben pactar con grupos ilegales para poder sembrar y vender sus cosechas; son los empresarios que ven cerradas sus rutas y destruidos sus sueños; son los alcaldes que gobiernan sin herramientas ni respaldo. Son los jóvenes que abandonan sus pueblos para evitar ser arrastrados por la guerra, por la pobreza o por el reclutamiento forzado. Esta no es una pasión impuesta por enemigos externos ni por el pecado del pueblo: es el resultado directo de la indiferencia institucional, de la incapacidad (y a veces de la desidia) de quienes ostentan el poder nacional para actuar con responsabilidad, visión y justicia.

Y sin embargo, la persistencia de la esperanza que se niega a morir, es signo de que esta tierra, aunque herida, aún no ha sido vencida. El pueblo caucano ha aprendido a caminar con dignidad incluso sobre espinas, a cantar con firmeza incluso entre escombros, a construir futuro incluso en medio del abandono.

La resurrección del Cauca no vendrá por milagro. No será obra de ángeles, ni nacerá de discursos elegantes. Será fruto de la voluntad política para descentralizar en serio, de la inversión continua y no episódica, de políticas públicas construidas desde el territorio y no impuestas desde la distancia. No habrá redención posible si el Gobierno Nacional no se quita de una vez por todas el ropaje de Pilato y asume el rol que le corresponde: el de garante de la seguridad, del bien común y protector real de la integridad territorial.

Hasta entonces, el Cauca seguirá caminando su vía dolorosa, no como castigo divino, sino como consecuencia de la equivocación política del 2022. Pero si algo ha enseñado la historia sagrada, es que incluso la cruz más pesada puede transformarse en símbolo de victoria. Y en esa certeza, esta tierra crucificada sostiene su fe: fe en sí misma, fe en su gente, fe en que el próximo año se recuperará el rumbo y llegará el tiempo de la justicia y no solo el del consuelo.

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