Por: Javier Orlando Muñoz Bastidas.
Precepto.
Es necesaria y urgente la creación de un sistema nuevo, integral y superior de la consciencia individual, en el que se transgreda todo sentido del cuerpo, la sensibilidad y el pensamiento establecido.
La individualidad sólo es posible como un ejercicio transgresor de la consciencia de sí. El individuo puede afirmarse a sí mismo, en la medida en que pueda transgredir su autopercepción. ¿Por qué? Porque lo que el individuo ha llegado a ser, es el resultado de un proceso de determinación de sentido, en el que él no ha participado de forma activa, consciente y voluntaria.
Ese es el sentido de “sujeto”: aquel que ha sido determinado por un poder externo. La subjetividad es el paso anterior a una auténtica individualidad, en tanto que el sujeto es el que es determinado, mientras que el individuo es el que transgrede esa determinación. Esa transgresión lo que quiebra, destruye y supera es el sentido de sí del sujeto.
La transgresión del sentido de sujeto, es lo que hace posible la apertura de la conciencia de la individualidad.
¿Cómo es posible una transgresión integral, del sentido que sustenta y hace posible una percepción de sí? Esta percepción, aunque no implica una conciencia de sí en el sentido pleno y superior del término, sí es una forma de afirmación de la identidad existencial. Por eso es necesario un proceso de reconstrucción del sistema integral de sentido, en el que está inmersa esa percepción de sí. Esa reconstrucción implica una deconstrucción, en tanto que se reconstruye transgresivamente el sentido determinante.
Se debe comprender cómo se hizo posible que un poder determinador de sentido, pudiera agenciar e imponer un sentido de sí. Se debe crear un mapa inmanente de la subjetividad, en el que se identifiquen las fuerzas que confluyen para la determinación de una percepción de sí. Es sobre ese mapa que se debe intervenir. La transgresión consiste en quebrar las líneas del sentido que hacen posible el ejercicio determinante de las fuerzas. La transgresión es en sí misma un ejercicio y una apertura de la consciencia.
En el sujeto hay una individualidad implícita e indestructible, que debe emerger a partir de la transgresión de todo el sistema de sentido dominante. El individuo es la transgresión de la subjetividad, en la que una nueva consciencia de sí se hace posible.
Pero después de la transgresión de sí, es necesario un intenso proceso de creación de un nuevo sistema de la consciencia de la individualidad. ¿Cuál es la diferencia entre los dos sistemas? La diferencia radical es que el primer sistema fue impuesto como un dispositivo de dominación, mientras que el segundo es un proceso de creación en el que se afirma la autonomía del individuo.
En esto consiste una creación de sí: en el diseño y construcción de un nuevo sistema de significación integral, en que se apertura una consciencia de la propia individualidad.
En esa nueva identidad individual, se constituye al cuerpo como una corporalidad dinámica y flexible, no organizada ni determinada en una “organicidad” funcional. Nadie sabe lo que la corporalidad puede llegar a crear. También se crea un nuevo sentido de la sensibilidad, en la que el deseo se configura a partir de la fuerza del ideal. Un deseo superior es aquel que anhela lo ideal, como posibilidad de lo superior. Esto hace que se asuma al pensamiento como una potencia creadora de sentidos, desde la que se pueden desplegar las potencias integrales de la individualidad.
La creación de un nuevo sentido de la individualidad, implica asumir una consciencia de sí como un proceso en continua construcción. El cuerpo podrá expresar un “plus” de fuerza activa; la sensibilidad podrá percibir los desplazamientos diferenciales, y, a partir de ahí, construir nuevos niveles de lo real; el pensamiento podrá pensar lo impensable, como fundamento de la creación de un sentido superior.
Transgredirlo todo es un ejercicio interno, en el que se pueden superar los propios límites, y hacer posible lo que esas limitaciones consideran imposible. Es la afirmación del caos absoluto, como potencia de creación de lo nuevo e irrepetible.
¡Íncipit!