HORACIO DORADO GÓMEZ – horaciodorado@hotmail.com
No hay duda, tenemos muchas dificultades para la convivencia ciudadana por falta de Urbanidad. Simples detalles, como sacar las basuras a destiempo, tirar desperdicios a la calle; no respetar las señales de tránsito, bloquear las vías, el ensordecedor ruido de motocicletas, permisividad para que los niños irrespeten a los padres y a los mayores, no ceder las sillas a ancianos ni a mujeres embarazadas, a manera de unos pocos y malos ejemplos. Todo ello podrá estar reglado en el Código de Policía, pero la mayoría y los más frecuentes, no constituyen falta ni delito punible. En fin, la ausencia de civismo, el comportamiento incívico, la mala educación, los malos modales y la grosería, producen dolor social.
Antes enseñaban a “respetar a los mayores en edad, dignidad y gobierno”. Ahora ni lo enseñan ni lo practican, porque le dan lectura de autoritarismo. Estamos caminando tiempos difíciles. Dirán que, es pura cantaleta buscar rescatar la Urbanidad y el Civismo. No es cantaleta frente a lo que estamos viviendo y oyendo a diario: ofensas y calumnias entre unos y otros; valdría la pena que algunos congresistas y altas personalidades repasaran las normas. Pues, allí se repiten bochornosos espectáculos, hasta maltrato y faltas de respeto a las mujeres. Mal ejemplo para otras corporaciones: asambleas y concejos. No envían mensajes de paz a la sociedad ni cumplen los objetivos de promover la prosperidad y la vigencia de un orden justo.
La mala educación empobrece la sociedad. Si no es así, por qué la “moda” de la vulgaridad, defectos éticos e indecentes son generadores de tanta violencia multicausal ¿Nos acostumbramos a la violencia que se generalizó y se dispersó?
La Urbanidad y los buenos modales, no tienen edad, se aprenden con nuestro prójimo más cercano, en el núcleo fundamental de la sociedad: la familia -hombre mujer-. La mala educación en la infancia y adolescencia termina asentuándose en la edad adulta
En las familias donde no hay valores, no hay respeto. Donde abunda la mentira, se crea un ambiente toxico y caótico que afecta negativamente a todos sus miembros y a la sociedad. A partir de ahí, aumentan las cacareadas palabras de depravación social, corrupción con todas las molestias que ocasionan las malas conductas. Si el prójimo se comportara con la debida Urbanidad, la vida sería mejor. Todos sabemos y comprendemos las molestias que ocasionamos con nuestro pésimo comportamiento; pero, nada hacemos por corregirlo. La Urbanidad y, el respeto hacia los demás, están en cuidados intensivos.
En viejos tiempos, escupir en la calle era motivo de reprensión social. Porque había autoritarismo en la familia, reflejado en la sociedad que evitaba el comportamiento insolente de los niños hacia los padres y mayores, reprendiéndolos con severidad para evitar las molestias consiguientes al prójimo. El exceso de democracia (libertinaje) y, la falta de autoridad es palpable; se manifiesta como la triste y abrumadora carencia de Urbanidad.
¿Por qué un ciudadano suizo posee, mucha más urbanidad que un español, o que un colombiano? ¿Hay alguna forma de aumentar el respeto mutuo sin aplicar el principio de autoridad? Definitivamente no, ni a corto ni a mediano plazo. Ignoro cómo los antiguos vikingos evolucionaron a los civilizados nórdicos. Con seguridad no fue en un corto período. El mundo es complejo y, está lleno de incertidumbres
Devolvámosle la autoridad que se les arrebató a ciertos agentes sociales: maestros, profesores, padres de familia, jueces, autoridades de gobierno, pues nunca se les debió despojar de su papel corrector de conductas infantiles anti urbanas. Ahora, impera el exceso de absolutismo al emplear funcionarios como guardia personal de agentes del gobierno y el congreso, en lugar de invertir en el antiguo papel de educar y vigilar la ciudad. Devolver la autoridad perdida, no es urgente es: vital. Una cosa es autoridad y otra, autoritarismo. Se trata, entonces, de construir un marco de convivencia respetuoso para que la familia funcione con el orden y la armonía necesarios.
Civilidad: El hogar, la escuela y los recintos sagrados de la democracia, nunca deben parecerse a la calle.