Inicio OPINIÓN Mónica Mosso ¿Eres una persona peculiar?

¿Eres una persona peculiar?

POR MONICA MOSSO

Hay palabras que ya suenan a lo que significan. Peculiaridad es una de ellas.

Tiene algo de ceja levantada, gesto incómodo o incluso un dejo de extrañeza.

Peculiar trae la imagen de alguien que camina distinto, que come el postre antes del almuerzo, que habita el mundo de formas inesperadas… o tal vez, simplemente, que hace pausas teatrales antes de soltar una frase cualquiera.

No es extravagancia ni rareza. No es excentricidad tampoco.

Es algo más íntimo. Más sigiloso.

Maneras de conducirse en el mundo.

Una peculiaridad no busca ser vista: simplemente es.

Un movimiento que se repite sin querer, una combinación absurda que da placer, una forma personalísima de habitar el mundo.

Y si uno presta atención —si en lugar de ir por ahí escuchando solo el eco de uno mismo se detiene a mirar—, las peculiaridades de los otros se convierten en verdaderas puertas a la memoria.

Porque, al final, no somos sino recuerdos para los demás.

Y todos los días, la mayoría de veces sin querer, estamos decidiendo cómo habitaremos esos recuerdos.

El asunto es que casi nunca se recuerda lo perfecto, lo aséptico del existir. Se recuerda lo que se sale un poco del molde.

Etimológicamente, peculiar viene del latín peculium, que nombraba los bienes propios de un esclavo.

Un pequeño tesoro que, paradójicamente, era suyo pero no del todo.Como esas cosas que llevamos dentro sin saber muy bien por qué: La necesidad de ver tres veces que la puerta esté cerrada, dormir con una pierna cubierta y la otra no, colocar los lentes antes de decir algo importante —como si con eso se afirmara también la presencia en el mundo—, lavar la loza metódicamente, siguiendo un ritual secreto, tararear una melodía mientras se corta tomate como si se dirigiera una orquesta invisible, mezclar huevos con ají sin sentir la menor necesidad de justificarlo.

Eso también es peculium: lo que es propio, pero no necesariamente explicable.

Con los siglos, la palabra evolucionó hasta significar eso que pertenece solo a alguien.

Lo que no se enseña. Lo que es irrepetible.

Gestos que no se heredan ni se copian: simplemente son. Siempre. Como marca.

Pero lo peculiar no solo habla de lo propio.

También es una forma de experimentar la otredad:

La diferencia que no se corrige, el gesto que no se ejercita ni se lima para gustar. Lo peculiar es, muchas veces, lo que nos recuerda que el otro no está hecho a nuestra medida…

Y que mucho menos debería estarlo.

Hay una belleza que proviene de la ética de aceptar sin querer domesticar, porque lo más valioso de alguien suele ser también lo más irrepetible:

Eso que no se puede editar, ni reproducir, ni siquiera imitar de forma natural.

Hasta aquí podríamos estar hablando de gestos, hábitos, incluso pequeñas manías únicas en cada persona.

Todos las tenemos.

Pero esos detalles pueden llevarnos mucho más allá. Y si uno presta atención, descubre que cada peculiaridad es una visión del mundo.

Una manera de caminar o mover el cuerpo que revela cómo se habita el tiempo: El que se da al otro, el que se permite para sí mismo, el que se cuida, el que se ocupa sin prisa. Una combinación absurda de sabores que no busca lógica, sino placer —y por tanto, dice más del deseo que cualquier manifiesto. Una forma de hablarle a las plantas que, sin querer, dice más sobre la ternura que cualquier discurso.

Esas pequeñas repeticiones —mover los pies al ritmo de un sonido imaginario, cantar en la cocina como si nadie escuchara— no son solo gestos:

Son declaraciones, tal vez no intencionadas, de cada visión del mundo.

Lo decía Deleuze: la repetición no es copia, es creación.

Cada gesto que se reitera, cada forma peculiar de ser, es una afirmación encarnada de una identidad.

En ese sentido, lo peculiar también podría entenderse como un lenguaje que no se explica: se habita.

Walter Benjamin, por su parte, recordaba que en una era donde todo puede replicarse, lo auténtico es lo irrepetible.

Lo peculiar, entonces, tiene aura. No por grandioso, sino por vivo, por único. Y el cuerpo es una forma de conciencia, de disposición al mundo.

No solo decimos con palabras: también decimos al caminar, al tocar la taza con una mano o con la otra, al poner música un domingo.

Nuestras peculiaridades son filosofía y manifiestos hechos cuerpo.

Tal vez es difícil apreciarlo desde este punto de vista pero ¿no es eso precisamente lo que hace parte de los fantasmas del duelo?

Un domingo cualquiera suena una canción y, sin querer, recordamos esa voz cantándola a pleno pulmón en la cocina. Porque no solo era la canción: era la satisfacción de estar vivo, Y quizás lo que había costado llegar hasta ahí.

Recordamos cómo alguien cruzaba los pies con dulzura sobre el sillón mientras jugaba, como si el cuerpo también necesitara entretenerse en los silencios, porque esa era su concepción de la tranquilidad, la forma de reírse con los ojos antes de soltar el sonido, como si se disfrutara de la felicidad de forma íntima antes de volverla comunal.

Y podríamos entender, entonces, que lo que construye el puente hacia el otro nunca fue solo lo importante en sentido práctico.

Fue también lo peculiar.

Lo que no sabíamos que amábamos, Y que, de hecho, nos muestra al otro sin que lo notemos.

Y ya que lo peculiar es una traducción íntima de cada visión del mundo, Si uno ama de verdad —con los ojos atentos, no con la ansiedad de poseer— podría llegar a comprender ese lenguaje.

En honor a la verdad, una de mis fascinaciones en la observación del mundo es precisamente esa: Las peculiaridades de las personas que amo.

Pienso que tal vez esas son las cosas que podríamos amar de forma consciente.

Porque el aprendizaje del lenguaje íntimo —ese que no se enseña— es fascinante.

Los demás lo llaman manías, costumbres, anécdotas.

Yo, patrimonio emocional.

En este mundo de amor líquido, donde todo parece estar hecho para desechar se, donde cada quien busca lo inmediato, lo “perfecto”, lo fácil…

Yo, en cambio, quisiera preguntar:

¿Por qué no coleccionar —con intención—, a través de la presencia activa, las peculiaridades de las personas que amamos?

Hacer un álbum. Un diccionario privado de gestos, sonidos, maneras de existir.

Y tal vez empezar por nosotros mismos: Asombrarnos de nuestra forma de presentarnos al mundo, Permitirnos ser de la forma más libre posible, reírnos con nosotros, tenernos paciencia —e impaciencia también.

Tal vez solo de esa forma empezamos a realmente nombrarnos desde el lugar en el que nuestra autopercepción empieza a hacerle trampa a los puntos ciegos y nos permite observarnos con más realidad en lo que somos.

Porque si atravesamos el mundo sin dejarnos ser en nuestras peculiaridades, como no permitirnos bailar en el supermercado porque la alegría se quiere manifestar en el cuerpo cual tarde de asado de domingo por miedo a lo que digan de nosotros…

¿estamos realmente existiendo?

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