Mg. Carlos Horacio Gómez Quintero.
No es obstinación, ni perseverancia, ni loca insistencia, ni algo parecido, el calificativo que se le pueda otorgar al énfasis de las acciones de gobierno imperantes en Colombia durante los últimos meses y que, por supuesto, son impulsadas en persona, por El Ejecutivo Nacional. La verdad, sin temor a equivocarse es que El Presidente está mostrando, sin recelo alguno, su verdadera intención de quedarse en el poder para implantar, así sea a raja tabla, como efectivamente lo intenta a diario, un modelo de poder que responde a lo acordado y preceptuado en El Foro de Sao Paulo en el año 1990, cuando en una conferencia de partidos y organizaciones políticas de izquierda de Las Américas, principalmente de América Latina y el Caribe, El Partido de Los Trabajadores de Brasil, bajo el liderazgo de Luiz Inácio Lula da Silva, se colocó como objetivo, el reunir a fuerzas políticas de izquierda para debatir sobre el escenario internacional tras la caída del Muro de Berlín y las consecuencias del neoliberalismo. Ahí surgió una plataforma de diálogo y coordinación para partidos y organizaciones políticas de izquierda en búsqueda de la promoción de la unidad y la integración de las fuerzas progresistas en la región, a partir de núcleos centrales de acción como el antiimperialismo, la lucha contra el neoliberalismo y, la defensa de la democracia y la justicia social. De este fuerte espacio de debate y articulación política, alentado adicionalmente por Fidel Castro y otros caracterizados líderes de izquierda, nacieron varios propósitos para anclar ejercicios nacionales de poder, que transformados en dinámicas electorales permitieron la irrupción de gobiernos cuya senda de actuaciones y ejecuciones cambiaron los sistemas existentes e impusieron otros en varios países, eventualidad de la que nuestro país había estado bastante alejada hasta que le correspondió el turno a Gustavo Petro, cuyo triunfo se sustentó en una calculada motivación subjetiva, que explotando errores ciertos del pasado, ofreció una alternativa de cambio que a muchos extasió y aún sigue embrujando.
Luego de 3 años de instalado su mandato y en la medida en que no ha podido avanzar en sus propósitos por implantar el modelo (experimentado con ciertas amarguras en otros lares), en el marco de escenarios pacíficos que El creyó alcanzar, tuvo que dar el giro esperado y a cuenta gotas en su velocidad, pero con la rigurosidad extrema que ha pisado hasta los límites de la cordura y la legalidad, se encuentra prácticamente ciego en su afán de avanzar, aun sabiendo que las expresiones populares de rechazo a sus intenciones, le están gritando en el oído que ello no se va a lograr, o al menos no va a ser tan fácil alcanzarlo, como lo había previsto. El ejemplo típico para ilustrar y fundamentar lo dicho, es sin duda el relacionado con los varios saltos que ha dado para alcanzar supuestas reformas y que le han obligado a brincar desde El Congreso a las calles, vociferando y tramando con figuras como La Consulta Popular, El Refrendo y ahora La Asamblea Constituyente, que si bien son categorías estructurales de nuestra democracia, el gobierno las está invocando con equivocadas motivaciones de democracia deliberativa y legitimación procedimental, elementos teóricos existentes, pero promulgados intencionalmente en nuestra sociedad, con el afán de dividirnos.
Revisando este real contexto actual e imaginándonos lo que vendrá, a partir de los nuevos anuncios formulados, surgen reflexiones especiales frente a lo históricamente expresado hace mucho tiempo por Nicolás Maquiavelo, agudo observador, diplomático y filósofo político, funcionario de La República de Florencia en El Renacimiento, quien con su obra maestra, El Príncipe, dedicada a Lorenzo II de Medici, en un intento de recuperar el favor político, le entregó una auténtica biblia, útil para todos los políticos, toda vez que se considera revolucionaria, al separar la política de la moral y la religión y al desnudar la verdadera naturaleza humana. El afirmaba, con fuerza suficiente, sentencias como por ejemplo la siguiente: “Gobernar exige equilibrar la ética con la astucia, pues mantenerse en el poder a veces implica actuar más allá de la moral, siempre respetando la democracia, la ley y la buena intención”. Es una frase aparentemente sensata, bien intencionada. pero con trasfondo terrible. Mezclar, por ejemplo, astucia y ética y moral en la cabeza y mentalidad de quien se encuentra totalmente preso de las ansias de poder, implica la clara disposición a que se desborde de lo racional y a que se lleve por delante, el obstáculo que pueda aparecer. En otro aparte del mismo texto encontramos esta otra afirmación: “¿Puedo mantenerme en el poder sin pecar?, preguntó el gobernante a su consejero de confianza. Contestándole éste contundentemente: No. Frente al pueblo el gobernante debe proyectar virtud; pero en la confidencia del poder, debe actuar en ocasiones al margen de los parámetros morales, porque, al final quien vence es quien logra mantenerse en el poder”. Aquí se observa con claridad su razonamiento cuando argumentaba que, la naturaleza humana presenta una visión tan cruda y realista, que le permite en especial al gobernante alejarse del “cómo debe ser” y acercarse a lo que “realmente es”.
En la misma obra, el autor se detiene frente al siguiente interrogante: “¿El fin justifica los medios?” La respuesta dada sugiere que el modo de alcanzar un objetivo es irrelevante, siempre que el fin se cumpla, especialmente si este coincide con los intereses estratégicos del gobernante. Pero, ¿es esto éticamente aceptable?. Evidentemente no, si los medios son ilegítimos y/o inmorales. Sin embargo, en la práctica del poder, la tensión entre la moralidad y la conveniencia lleva a muchos líderes a optar por lo segundo, en aras de ganar batalla tras batalla, en los de la victoria mayor, esto es, conservar el poder. Pretender que un gobernante debe guiarse únicamente por la buena fe resulta ingenuo y un contrasentido. La política está sembrada de traiciones internas y amenazas externas. Por ello, el líder hábil, explica Maquiavelo, “debe ser león y zorro: fuerte para infundir respeto y astuto para sortear las intrigas”. Debe, en definitiva, desarrollar los mecanismos que garanticen la viabilidad de sus intereses estratégicos. En ese orden de ideas, el príncipe contemporáneo sabe que, aunque la tecnología y las costumbres han evolucionado, la esencia humana no ha cambiado, es la misma, sigue prevaleciendo el miedo, la ambición y las pasiones. Por ello, el gobernante moderno que actúa en esa fusión de fuerza y astucia y que se encuentra expuesto en todo momento por las redes sociales y por el escrutinio global, sabe que debe ser aún, más sutil y cuidadoso, protegiendo su imagen pública y consolidando su legitimidad. Ejemplos de lo dicho abundan. Anteriormente lo hicieron figuras como Churchill, De Gaulle; y en la actualidad, Donald Trump, Vladimir Putin, Xi Jinping, Vladimir Zelenski, Lula da Silva y Nayibe Bukele.
Personalmente y en función de la comparación que me surge entre lo que hoy vive Colombia con su Presidente y las sentencias históricas que da la lectura de El Príncipe, completamente vigentes por lo demás, me he preguntado: Esto tiene un límite y de ser así, donde está?: Creo que la respuesta más acertada debe descansar en tres pilares de respeto a valores que soportan la vida de las sociedades y que nunca deben transgredirse y ocho menos desaparecer: La Democracia, La Ley y La Recta Intención. Los líderes deben actuar con coherencia hacia el pueblo que los eligió, sin arriesgar su apoyo ni traicionar la confianza depositada en ellos.
En conclusión, la presencia viva de decisiones y gobernantes controvertidos en los entornos del poder, justifican su permanencia en la utilidad estratégica que significan sus acciones para lograr determinados fines, y si adicionalmente sus actuaciones se dan en los términos maquiavélicos, que definitivamente están y seguirán vigentes, pues simplemente nos explican que estamos ante un cocktail de agrandadas condiciones, el cual no debemos libar si es que definitivamente estamos comprometidos con la defensa de una democracia, con mucho errores sí, pero claramente comprometida con el estilo de vida que hemos cultivado y que nos ha deparado más alegrías, que las alegrías que ha traído consigo el nuevo y demagógico mensaje de cambio.