El pasado 20 de enero del 2025 se posesionó el presidente número 47 de los Estados Unidos de Norte América, Donald Trump.
Por segunda oportunidad y precedido de los escándalos reconocidos por la opinión mundial, el “carismático” hijo estadounidense dio a conocer al orbe algunas de sus inmediatas y primeras decisiones: declarar emergencia energética nacional, poner fin a programas de diversidad, revocar el programa de energías limpias, recuperar el canal de Panamá, renombrar el golfo de México como “golfo de América”, deportar a millones de migrantes indocumentados, entre otras.
Podemos decir que definiciones de su política como retirar a su país del acuerdo de París en materia ambiental, en contravía del interés del resto de países por detener el cambio climático, son producto del razonamiento de un negociante privado administrando lo público; la lupa con la que Trump evalúa y determina las políticas públicas está signada por la ganancia, la plusvalía, aún a costa del futuro de las próximas generaciones.
Desconocer la diversidad sexual y decretar que sólo son parejas las que conforman un hombre y una mujer, no es solo un pensamiento anacrónico sino sobre todo una postura ideo-religiosa que pretende desconocer la realidad de la opción de millones de seres humanos por vivir de forma diferente su sexualidad y por establecer una relación con la naturaleza y la historia desde otra óptica, con otra visión, que las democracias deben respetar.
Pero no contento con la barbarie de concentrar el poder en sus manos y desconocer los derechos de millones de migrantes y personas con opción sexual y de género diversa, Trump pretende irrespetar la soberanía y la autodeterminación de los pueblos de México y Panamá, como en otrora el imperio mandaba sobre sus colonias, para enfrentar sus intereses económicos con su adversario, la China de economía mixta.
Trump puede decirlo, no sé qué tanto pueda hacerlo: de seguro en Estados Unidos importantes núcleos de personas nativas y migrantes mostrarán diversos grados de diferencia y de oposición respecto de las decisiones tomadas por el mandatario. El sermón de la Obispa Marian Budde durante el oficio religioso al que asistía el recién posesionado todopoderoso presidente y la negativa de los policías de Chicago a participar en las redadas contra los migrantes, muestran una luz de esperanza.
No obstante, llama a la reflexión el pensamiento mayoritario de los habitantes de esa nación que eligieron a Trump, a conciencia de que estaban votando por sus políticas racistas, xenofóbicas, homofóbicas envueltas en el discurso de hacer de Estados Unidos una gran nación. En América latina ciertos personajes se morían por asistir al acto de posesión. En Colombia, Fernanda Cabal, Miguel Uribe y Vicky Dávila quisieron estar en primera fila… es que son tan parecidos.