Juan Pablo Matta Casas
A veces, en medio del ruido, las arengas, los bloqueos y las explosiones, surge una voz distinta. Una voz serena, firme, cargada de dignidad. Eso fue lo que pasó hace unos días en el barrio La Paz de Popayán, cuando una comunidad entera, encabezada por una mujer valiente, se plantó frente a un grupo de encapuchados para decir: “¡Aquí no! ¡Aquí protegemos a los nuestros!”.
Era el 28 de mayo de 2025. Otra vez el país vivía una nueva jornada del llamado Paro Nacional. Otra vez se escuchaban los gritos de protesta, las barricadas, los artefactos explosivos lanzados contra estaciones de policía, las calles cerradas. Pero esta vez, algo cambió.
En el barrio La Paz, al norte de Popayán, un grupo de vándalos se acercó al CAI del sector. Llevaban papas bomba y la intención clara de destruir. Querían incendiar, sembrar miedo, disfrazar de “lucha social” una acción que no tenía nada de legítima. Lo que no esperaban era que el barrio se les plantara. Que una mujer, saliera a gritar: “¡Hay que proteger el CAI, hay que cuidar a los policías!”. Y que ese grito no quedara solo.
Detrás de ella, salieron más vecinos. Mujeres, adultos mayores, jóvenes. Sin piedras, sin insultos, sin máscaras. Con su cara descubierta y su dignidad en alto. Y entonces ocurrió algo que no es tan común en este país: ganaron. Los encapuchados se fueron. El CAI se mantuvo en pie. El policía que estaba solo no fue agredido. Y el barrio, ese rincón que muchos olvidan, se convirtió en ejemplo nacional.
La gente está cansada. Y con toda razón. Cansada de que el transporte se paralice, de no poder ir a trabajar, de que los niños no puedan llegar al colegio, de que las ambulancias no puedan cruzar un bloqueo. Cansada de ver cómo unos pocos se apoderan del derecho a la protesta para convertirlo en un campo de batalla. Cansada de que todo sea rabia, piedra y fuego.
Y sobre todo, cansada de que nos quieran hacer enemigos entre nosotros. Porque no, un policía no es el enemigo. Tampoco lo es un soldado. Muchos de ellos vienen de nuestros mismos barrios, tienen las mismas dificultades, sueñan con sacar adelante a sus familias. Sí, hay errores. Sí, hay abusos que deben ser investigados y castigados. Pero eso no puede justificar que los tratemos como si no valieran. Como si no doliera cuando los hieren o los matan.
Lo que hizo el barrio La Paz es, en el fondo, una invitación. Una invitación a volver a hablarnos con respeto. A recuperar el sentido de comunidad. A entender que, si no nos cuidamos entre nosotros, nadie más lo va a hacer.
Ya Popayán había vivido momentos muy duros en 2021. Lo recordamos todos. Bloqueos que duraron semanas, calles llenas de humo, instituciones incendiadas, miedo en cada esquina. Muchos lo justificaron como un “sacrificio necesario”, pero la verdad es que la ciudad pagó un precio altísimo. Y lo que más dolió fue la sensación de estar solos, abandonados entre el caos.
Por eso, lo que pasó ahora tiene tanto valor. Porque muestra que algo cambió. Que aprendimos. Que no queremos repetir los errores. Que sí es posible alzar la voz sin destruir. Que sí es posible rechazar el abuso sin caer en el odio. Que sí es posible decir “aquí nos cuidamos todos” y hacerlo realidad.
No dejemos que este gesto se pierda en el olvido. Que lo que hizo toda la comunidad del barrio La Paz, sea recordado como un punto de inflexión. Como el momento en que dijimos: ya no más. No más violencia en nombre del pueblo. No más usar nuestras necesidades como excusa para sembrar miedo. No más dividirnos entre “ellos” y “nosotros”.
Porque si algo nos une, es el deseo de vivir sin temor. Y para eso, necesitamos cuidarnos. Necesitamos confiar, colaborar, construir.
Popayán habló. Y habló con valentía, con ternura, con sentido común. Escuchémosla. Sigamos su ejemplo. Y hagamos de cada barrio un lugar donde el respeto, el diálogo y la protección mutua sean más fuertes que cualquier explosivo.