A diferencia de las procesiones en España y Mompox, en Popayán dejaron de usar el capirote, que cubría el rostro de quienes asumían el esfuerzo del carguío como una penitencia para exorcizar sus pecados y acercarse a Dios

Por: Felipe Solarte Nates – Asociación Caucana de Escritores, ACE
Con el previo bloqueo de la carretera Panamericana, el acceso al relleno sanitario Los Picachos, exigiendo indígenas y pobladores del sector, el cumplimiento de acuerdos firmados, y la amenaza de colectivos de artistas a quienes no les han pagado por su participación en las pasadas fiestas de Pubenza, vuelve y juega la Semana Santa con las procesiones como acto central, una tradición copiada de los desfiles que organizaban antiguos imperios, entre ellos el romano, del que lo heredó el español, para pasear en andas a sus deidades y autoridades.
Cuando gracias a la conversión al cristianismo de su madre Elena, Constantino adoptó el cristianismo como religión oficial de imperio romano de oriente, las procesiones fueron retomadas como encuentro colectivo de las comunidades alrededor de la nueva Fe, cumpliendo además una función pedagógica en una sociedad mayoritariamente analfabeta, al recordar la vida y viacrucis de Cristo por medio de sucesivas imágenes elaboradas por escultores y artesanos que también construían y adornaban los pasos.
La tradición arraigada en la España andaluza y castellana llegó desde comienzos de la Conquista, tomando fuerza en la capital del gran Cauca y en la jurisdicción del territorio que abarcaba la tercera parte de lo que fue la Nueva Granada, también celebrándose en municipios como Pasto, Timbío, Silvia, Caloto, Santander de Quilichao, Cali, Buga, etc., siendo las procesiones de Popayán más célebres por lo antiguas, la pompa y orden en que se realizan.

Como capital de un vasto territorio que iba desde el Amazonas hasta límites con Antioquia, centro de poder ligado a la explotación de oro, privilegiada ubicación geográfica entre Santafé y Quito, más el clima templado en medio de los Valles del Patía y el Cauca, desde la colonia Popayán se convirtió en importante centro de poder económico, político, religioso y educativo, con casa de la Moneda propia, siendo el principal evento de cada año las procesiones de Semana Santa.
Los propietarios de las ricas minas buscando asegurar el cielo, a manos llenas donaban oro, plata y piedras preciosas para la fabricación de hermosas joyas, retablos cubiertos en pan de oro y ornamentos que engalanaban los altares de los templos. También las pinturas e imágenes religiosas elaboradas por alumnos de la escuela de Arte religioso fundada en Quito, en el siglo XVI por los franciscanos, y cuyas cofradías presidían y competían entre ellas por la belleza y suntuosidad de los arreglos exhibidos en cada uno de los pasos.
A diferencia de las procesiones en España y Mompox, en Popayán dejaron de usar el capirote, que cubría el rostro de quienes asumían el esfuerzo del carguío como una penitencia para exorcizar sus pecados y acercarse a Dios. Esto sucedió después de la Independencia, cuando en medio de una de tantas guerras civiles del siglo XIX, para cargar el paso de la virgen de los Dolores, que sale de San Agustín, cubierto por el capirote se camufló el perseguido general José María Obando. Desde ese momento los desfiles sacros con el rostro descubierto de los cargueros, se convirtieron en un privilegio y signo de reconocimiento y orgullo social.
Las procesiones siguen siendo un importante atractivo para los fieles católicos y turístico para quienes también asisten a otros eventos paralelos como el Festival de Música Clásica y numerosas exposiciones artísticas, industriales y artesanales. Aunque la afluencia de visitantes no es tanta como cuando predominaba la religiosidad tradicional (hasta los años 70 del siglo XX) y la Semana Santa era una época más de recogimiento y rituales católicos que de vacaciones como las que en la actualidad copan playas y balnearios y otros atractivos turísticos.
A pesar contratiempos derivados de previos bloqueos a la carretera Panamericana -donde además se construye la doble calzada Quilichao-Popayán, y el resurgimiento en cercanías de las guerrillas, después de la ruptura de negociaciones con las disidencias de las FARC-, el espíritu semanasantero es tan fuerte en Popayán, que la ciudad gira alrededor del evento y durante todo el año se prepara para celebrar las procesiones, ahora con mayor presencia de ejército y policía en las vías de acceso, con el arreglo de calles y la pintura de las fachadas de las edificaciones del centro histórico, esperando el arribo de visitantes de otras regiones del país y el exterior.
Descentralización de las procesiones
A medida que la ciudad se expandió, especialmente después del terremoto del 31 de marzo de 1983, en varias comunas de la ciudad sus católicos habitantes iniciaron la descentralización de las procesiones, como las que organizan en los barrios: Los Hoyos, José María Obando, Bello Horizonte y el sector de Julumito, recorriendo calles cercanas a sus templos, con pasos propios adornados, cargados y las procesiones regidas por vecinos del sector, obedeciendo más a un sentimiento de religiosa afirmación de su autonomía por comunidades que ya no están tan atadas a la voluntad de las élites, como cuando la ciudad no desbordaba el centro histórico, casi todos se conocían, desde los patriarcas hasta los artesanos, y sahumeriando los pasos iban las auténticas ñapangas que salían en las procesiones organizadas desde los principales templos de la ciudad.

Hace pocos años se presentó un incidente entre un grupo de ciudadanos encabezados por el arquitecto Luis Eduardo Ayerbe, quien después de un siglo revivió la procesión del lunes santo, y la Junta Pro Semana Santa, que la rechazó y no la incluyó en la programación oficial.
Este hecho fue analizado como un reflejo de los rezagos clasistas y burocráticos de quienes se creen dueños del poder civil y religioso, incluido el entonces obispo Marín quien también desaprobó la procesión resucitada.
Al respaldar las procesiones del lunes santo, los entonces directivos de la Universidad del Cauca, además de su expresión religiosa, reconocen a los desfiles sacros más como un patrimonio de todos los sectores sociales de la ciudad, las diferentes etnias agrupadas y los habitantes de sus barrios quienes también tienen derecho a cargar los pasos y participar activamente en las procesiones; sin olvidar que en los días de Semana santa aprovechan para dar a conocer sus diversas expresiones artísticas, musicales, gastronómicas,, artesanales, etc, que son mostradas en las numerosas exposiciones organizadas en varios sitios de la ciudad.
No hay olvidar que alrededor de la Semana Santa, a mediados de los 60 del siglo XX, en Popayán, por iniciativa de Edmundo Mosquera Troya y otras personas, nació el Festival de Música Religiosa como pionero en este tipo de eventos en el país, al igual que las numerosas exposiciones artísticas y de artesanías para complementar las visitas masivas a los templos, museos, sitios típicos de la ciudad y las procesiones “chiquitas” que con hermosas reproducciones de los pasos inició en Popayán, Pedrito Paz, y su ejemplo fue seguido en las procesiones nocturnas de Santander de Quilichao, donde también, por iniciativa del club Kiwanis y Emith Montilla, cuando era notaria del municipio, nació el Festival de Música Clásica, financiado por aportes del gobierno y empresas privadas, que programando conciertos gratuitos se descentralizó a municipios vecinos.