sábado, julio 5, 2025
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El Pan vivo que Dios nos da

Padre Jesús Fernando Vega Muñoz. pbro.

Qué hermoso es reflexionar sobre la Palabra de Dios que nos dice: “El que come de este pan vivirá eternamente”. Hoy, la Palabra nos coloca frente a tres imágenes poderosas que nos ayudan a comprender el misterio de la Eucaristía: el desierto, el pan y la vida.

El desierto es un lugar donde quedamos sin nada, sin pan ni agua, y donde solo encontramos animales peligrosos que pueden atacar nuestra vida. Es la imagen de lo que puede pasarnos sin Dios, un desierto donde no tenemos nada. En este sentido, necesitamos reconocer que sin Dios, nuestra vida puede carecer de sentido y propósito.

Necesitamos pan para vivir. En primer lugar, todos necesitamos el pan material para alimentarnos, que nos da fuerza para enfrentar cada día nuestros compromisos. Por ese pan luchamos y trabajamos. Pero también necesitamos el pan del afecto, la amistad y la ternura, pues necesitamos ser acogidos, estimados, amados y acompañados. De lo contrario, nuestra vida se hace triste y puede perder sentido.

Además, necesitamos el pan del conocimiento que nos ayuda a través de la cultura a descubrir el sentido de nuestra vida y la respuesta a tantas búsquedas que surgen en nuestro corazón. Todo el día buscamos esos panes: el pan que nos alimenta, el pan del conocimiento, el pan de la cultura, el pan de la amistad y de la acogida.

Solo Dios nos puede dar un pan vivo. Por eso, los judíos se extrañan de que Él pueda darnos un pan vivo. En primer lugar, Dios es Padre que nos transmite su vida y nos abre las dimensiones de la vida eterna. Es el único pan que nos ayuda a atravesar las puertas de la muerte. “El que come de este pan vivirá para siempre”.

Así, Cristo es el don de Dios más maravilloso. Es un pan que nosotros compartimos como lo hacemos en la comunión, como hermanos, y nos une profundamente porque Dios nos habita, nos acoge como somos, nunca nos abandona y, por otro lado, nos compromete con nuestros hermanos.

El que come de este pan no se puede quedar como una isla, sino que tiene que dar, compartir, acompañar, solidarizarse, perdonar, ayudar y ser hermano de todos. Nos compromete entonces con nuestros hermanos.

¿Qué debemos hacer? Recibirlo. Tenemos el sacramento de la confesión para cuando nuestra vida falla y necesitamos el perdón. Pero siempre estar preocupados, especialmente cada domingo, para recibirlo, adorarlo y, así estén cerradas las puertas del templo, lo podemos adorar porque Él nos escucha y nos consuela. Entonces, hay que recibirlo, adorarlo y comprometernos a llevarlo a los hermanos.

Ese es el compromiso que nos deja esta fiesta de la Eucaristía. Que el Señor, al recibirlo presente en las especies del pan y del vino, nos transforme en el cuerpo y la sangre glorioso del Señor, y sean el pan que nos da vida y nos ayuda a atravesar el desierto de la vida y de la historia sin miedo, porque Él nos fortalece, nos consuela, nos alimenta y nos espera para un día compartir su vida con nosotros. Amén.

ORACIÓN 

Oh Jesús sacramentado, enemigos, veo venir agua y sangre de tu costado, me han de cubrir.

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