viernes, julio 18, 2025
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N. O.

El “no” ha sido, casi siempre, un portazo. Un borde. Una pared. Crecemos creyendo que es lo que detiene, lo que niega, lo que cierra. Pero hay algo profundamente bello en observar esas dos letras con otros ojos:

N. O.

Nueva. Oportunidad.

Qué curioso que justo ese monosílabo —corto, seco, final— pueda guardar dentro de sí el germen del cambio.

He mencionado antes el girasol como símbolo. No es casualidad —sí, es mi flor favorita—, pero no por cómo se ve, sino por lo que significa. Se volvió un signo íntimo, casi secreto, en uno de mis momentos más oscuros.

Si alguna flor ha sabido de sombras, es el girasol.

No las niega. No las evade. Pero gira. Siempre gira.

Como lo hacen quienes, de a pocos, han entendido que el “no” no siempre es un cierre. A veces es justo el punto donde empieza otra historia.

La resiliencia —esa palabra tan usada que a veces olvidamos lo que realmente implica— viene del latín resilire, que significa “saltar hacia atrás” o “rebotar”. No es volver al mismo lugar, es encontrar desde dónde reconstruirse. En psicología, suele hablarse de la capacidad de adaptación frente a la adversidad. Pero adaptarse no basta. La verdadera resiliencia no solo resiste: transforma.

Brené Brown dice que la vulnerabilidad no es debilidad, sino el mejor medidor de coraje que existe. Y creo que a veces, justo después de un N.O, ese coraje habita en formular desde la incertidumbre mas grande, la pregunta: ¿y ahora qué?

El girasol no discute con la tormenta.

No se encierra.

Espera.

Se sacude.

Y vuelve a girar.

Yo tuve que aprender a girar el día que la vida me dijo que no. No con palabras, sino con un silencio absoluto.

Estaba junto a la cama del hospital donde mi papá respiraba con dificultad. Le pedí que nos volviéramos a ver, que compartiéramos una torta por el cumpleaños de mi mamá.

Pero la hora dijo que no.

Y el cuerpo también.

Al día siguiente se fue.

Fue uno de esos “no” que no permiten réplica.

Y ahí entendí que la resiliencia no es esperanza. Es lo que uno hace cuando ya no parece existir.

Y sí, hay “no” que duelen sin metáfora posible. Negaciones tan rotundas que no admiten consuelo. La muerte. El abandono. La pérdida. Esos cortes que no se disuelven con frases bonitas ni con finales en tono sepia. Pero también hay otros “no” que se viven en silencio: los laborales, cuando no bastó todo lo que dimos, toda la disciplina y el trabajo incansable. Los amorosos, que caen como sentencia, incluso después de haber construido vidas y proyectos. Y esos “no” suaves, casi imperceptibles, que se esconden en lo cotidiano: en los mensajes que ya no llegan, en las miradas que se desvían, en los gestos que se enfrían.

Pueden ser en ocasiones de los que más malestar generan, quizás, porque no estallan. Se disuelven.

Y cuando eso pasa, no es solo nuestra autopercepcion lo que se tambalea, sino el reflejo que nos devolvía. Lo que se va no es solo el otro o lo que importaba: es la versión de nosotros mismos que habitaba en su reflejo.

Ahí aparece algo más hondo: la voluntad de la otredad. El otro como sujeto libre, con la capacidad —y el derecho— de elegir, este hecho activa los miedos humanos el miedo al rechazo, al abandono, a no ser suficiente. Nos duele aceptar que el amor no se fuerza, que el deseo no se convence, que el reconocimiento no se pide: se da. O no.

Uno espera que el amor, la amistad, el trabajo —la vida, en general— sea un espacio seguro. Pero a veces no lo es. Y por más que toquemos la puerta, existirán momentos en lis cuales no se abrirá. Entonces hay que permitirse habitar. No desde la resignación, sino desde una comprensión honesta.

Aceptar ese “n.o.”puede un acto de profunda dignidad. No es rendirse. Es cambiar de dirección. Es entender que cuando ya no hay por dónde seguir, a veces lo más valiente es girar.

Porque no todo final es pérdida. A veces, es apenas un pliegue. Un descanso. Una semilla.

Y entonces regresamos al inicio.

N. O.

Nueva oportunidad.

Tal vez no como lo imaginaste.

Tal vez no el trabajo que esperabas.

Tal vez no con quien soñabas.

Pero si se mira con atención, incluso en la negativa más seca germinan posibilidades que antes no habrías considerado

El girasol no niega la sombra.

La observa.

La atraviesa.

Y después —sin ruido, sin drama— vuelve a girar.

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