Tico…el grande

JESÚS ASTAÍZA MOSQUERA.

Ahora que se acerca la navidad no sé por qué comparé a Tico con el papá Noel, aquel personaje legendario que iba en invierno o en verano por campos y poblados llevando a la espalda innumerables regalos para todos los niños del mundo.

Así lo vi llegar a la pequeña explanada que quedaba al pie de la colina del hoy colegio Champagnat con una tula azul llena de balones y como saltaban felices los niños gritando: ahí viene Tico, el voluntarioso profesor que sin ningún interés enseñaba a los pequeños a jugar con la fresca y novedosa idea de ocupar el tiempo libre en una sana diversión.

Las mamás los dejaban muchas veces solos pues confiaban plenamente en el profe Tico, por su hombría, el respeto, los valores y la recta direccionalidad de sus ejecutorias. Quien llegaba era bien recibido. Allí no había exclusiones, pues lo importante era el deporte, el estudio, el buen comportamiento y la amistad.

Cada uno tenía libertad para aprender según sus capacidades y a su propio ritmo, pues poseía la filosofía natural de que las personas no son hechas en serie, pero que cada uno sí puede trabajar en equipo siguiendo instrucciones y aprender de la obediencia frente al entrenador, al árbitro, a los compañeros y al contrincante, como la mejor manera de respetar la ley y asumir el compromiso de luchar por objetivos, con fortaleza y dedicación, así se gane o se pierda, pero manteniendo siempre la esperanza de convertir la derrota en triunfos con el brío de los entrenamientos y la superación esperanzadora de mejores días.

Ahora cuando los niños se enfrascan, se encierran, se incomunican de la familia en el hogar, no se aprestan a salir y se anestesian en la frivolidad de un celular, de un computador o de juegos digitales, es cuando hacen falta personas como Tico, que supo atraerlos con paciencia, pues les enseñó a mantenerse contentos, despiertos, a concentrarse en las tácticas deportivas y darse la mano al principio y al fin de cada encuentro como una muestra de concordia que muchos no hemos sido capaces de asimilar con hidalguía.

Tico no sólo unía a sus alumnos en el deporte sino que integraba a los padres de familia para que los acompañáramos en los encuentros deportivos en los diferentes municipios del Cauca y en los viajes a Cali, Pasto, Medellín, donde algunos colaboraban con sus vehículos para llevar a quienes no disponían de ellos en una hermandad franciscana que aún se mantiene por los entrañables lazos de amistad que hicimos y que nos llevan a lamentar profundamente su muerte.

Cuánta alegría nos proporcionó Tico, a cambio de nada. Quienes fueron sus discípulos se hicieron personas de bien, pues así lo testimonian las sentidas palabras de los que hablaron en la ceremonia religiosa y la agradecida multitud que lo acompañó.

Recuerdo un día en Medellín cuando los niños del Cauca que ganaron la copa nacional del campeonato de Ponny Malta, lograron aglutinar los paisanos que trabajaban allá con los de aquí, el público en las tribunas que nos acogió por el formidable juego de los niños y permitir abrazarnos espontáneamente y llorar de alegría por tan significativo triunfo.

Luego siendo dirigente deportivo acompañé al equipo a un partido en Santa Marta que se perdió por cuestiones arbitrales y esa tarde sus playas fueron un mar de lágrimas, como hoy, que nos juntamos hecho trizas el corazón, para llorar y despedir a Tico, Tico Balcázar, un hombre sencillo, descomplicado, desinteresado, que con su esposa, compañera sin igual, y su familia, salvó tanto niño de los caminos tortuosos de la vida y a los padres el ejemplo de servir sin condiciones.

Tico, así de simple, que Dios te tenga en el cielo para invocarte en la petición de que algún día el mundo ruede igual para todos como los balones de fútbol que llevabas feliz en la espalda.

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