Por Elkin Franz Quintero Cuéllar
Siento esta noche heridas de muerte las palabras.
Alberti
Cuando Rafael Alberti escribió el poema “Nocturno”, lo hizo desde la desolación de una España devastada por la Guerra Civil. Sus versos claman por la insuficiencia del lenguaje para enfrentar el horror y la barbarie. En medio de un mundo atravesado por el odio y la venganza, Alberti declaró: “Siento esta noche heridas de muerte las palabras”. Hoy, esas palabras resuenan con una vigencia inquietante en el Cauca y otras regiones de Colombia, donde la violencia sigue desgarrando vidas y comunidades.
En el Cauca, el eco de las balas y las explosiones reemplaza a menudo los sonidos de la convivencia, la paz y el progreso. Según cifras recientes, las masacres, los enfrentamientos entre grupos al margen de la ley han aumentado en la región, junto con el desplazamiento forzado y los asesinatos de líderes sociales, en su mayoría indígenas y campesinos. Estos hechos son un testimonio de un conflicto que no cesa, a pesar de acuerdos y esfuerzos de paz que parecieran ser promesas de nunca acabar. Al igual que en el poema de Alberti, la retórica política y los discursos bien intencionados se sienten vacíos frente a la realidad de las balas, la desesperanza y la impotencia de quienes ven cómo sus derechos fundamentales son barridos como papeles al viento.
Alberti denunció la fragilidad del arte y del lenguaje en tiempos de guerra: “Qué dolor de papeles que ha de barrer el viento, qué tristeza de tinta que ha de borrar el agua”. Esa fragilidad también se siente en los relatos que emergen de los territorios del Cauca, donde los esfuerzos por construir memoria y dignidad chocan con la indiferencia de una sociedad y gobierno tanto local como nacional que parece no escuchar los gritos de las comunidades afectadas, el sufrimiento de niñas y niños. Cada informe sobre desplazamientos o violaciones de derechos humanos se suma a un archivo de tristezas que, como advertía el poeta español, amenaza con ser olvidado.
Sin embargo, es precisamente en esta “herida de muerte” donde el lenguaje puede hallar su fuerza. Alberti, aunque desesperanzado, no dejó de escribir. Sus versos son testimonio de resistencia, una declaración de que incluso las palabras heridas tienen un poder: el de registrar el dolor, denunciar la injusticia y, eventualmente, movilizar conciencias.
El reto para Colombia no es menor. En el Cauca, la narrativa del conflicto no puede ser reducida a estadísticas frías ni a titulares sensacionalistas o discursos de emoción política o religiosa. Es necesario rescatar las voces de quienes, a pesar de todo, siguen apostando por la vida, el territorio y la paz. Como Alberti, debemos reconocer la insuficiencia de las palabras, pero también abrazar su potencia transformadora cuando logran conectar con la empatía y la acción.
Hoy, más que nunca en nuestros territorios, las palabras deben superar su condición de simples “humaredas perdidas” y convertirse en herramientas vivas. La poesía de Alberti nos recuerda que, aunque herida, la palabra nunca está muerta mientras haya quienes la utilicen para reclamar justicia y dignidad. En el Cauca, en Colombia, y en cada rincón donde la violencia amenaza con sofocar la esperanza, las palabras no solo deben gritar: también deben resistir y construir.
“Nocturno”
Cuando tanto se sufre sin sueño y por la sangre
se escucha que transita solamente la rabia,
que en los tuétanos tiembla despabilado el odio
y en las médulas arde continua la venganza,
las palabras entonces no sirven: son palabras.
Balas. Balas.
Manifiestos, artículos, comentarios, discursos,
humaredas perdidas, neblinas estampadas.
¡Qué dolor de papeles que ha de barrer el viento,
qué tristeza de tinta que ha de borrar el agua!
Balas. Balas.
Ahora sufro lo pobre, lo mezquino, lo triste,
lo desgraciado y muerto que tiene una garganta
cuando desde el abismo de su idioma quisiera
gritar lo que no puede por imposible, y calla.
Balas. Balas.
Siento esta noche heridas de muerte las palabras.
Rafael Alberti. 1937, De un momento a otro.