Inicio OPINIÓN La guerra y la paz

La guerra y la paz

Victor Paz Otero

La guerra, que paradoja, a pesar de la intima podredumbre y de la amarga desolación que acaba significando en el atormentado e irracional despliegue de su presencia en el escenario de la historia humana, también expresa un simbolismo épico, heroico y mítico que parece haber seducido durante muchos milenios la imaginación y la fantasía de poetas y de muchísimos escritores, que han encontrado en ella elementos de una belleza trágica que sin duda ha contribuido de manera equivoca pero eficiente a convertirla en un evento espectacular y magnifico, donde se exaltan algunos aspectos supuestamente positivos y grandiosos. De alguna manera la han hecho amable y sublime para ciertas expectativas de esa confusa y desgarrada entidad con la cual designamos la consciencia humana.

La guerra también ha tenido su poética, también ha engendrado una literatura de notables y conmovedores valores estéticos y humanos. Y por efecto de esa poética y de esa literatura, el horror y la degradación de la guerra han terminado, en buena parte, justificando y hasta considerando como algo deseable en los perversos aconteceres que ella instaura en la vida histórica. Nadie puede negar hasta ahora que la parábola humana es una manifestación ambigua y contradictoria

No hay pueblo o cultura donde este ausente esa literatura donde la guerra y sus supuestos héroes no hayan merecido exaltación y homenaje. Hay más estatuas de carnívoros y depredadores hacedores de la muerte y de la infancia que estatuas de los silenciosos personajes entregados a la meditación o a los rituales de las pacificas faenas que motivan las creaciones del espíritu.

Recordemos solo algunos de esos ejemplos clásicos y reconocidos por todos, donde en torno a la guerra se tejieron esas fascinantes y hermosas leyendas que consagraron héroes míticos; leyendas que nos llegan desde la antigüedad irradiando una atracción hipnótica que ha acabado deleitando a muchas generaciones humanas. En ellas se cantan hazañas y aventuras, que sin duda deleitan y entusiasman. Para muestra recordemos como se inicia esa obra magnifica, con la cual el misterioso Homero narra las aventuras extraordinarias del astuto Odiseo, así empieza ese maravilloso canto: “háblame, musa, de aquel varón de multiforme ingenio que después de destruir la sacra ciudad de troya anduvo peregrinando…”. Libro que sin duda acaba siendo libro de guerra y de aventuras.

En la Grecia clásica los grandes e iluminados filósofos y los extraordinarios poetas de la época, compartieron la gloria mucho mas que la sabiduría, con los avezados y atrevidos guerreros.

De otra parte, en ese libro misterioso y desmesurado de la biblia deleita en muchas páginas con la narración de guerras y combates innumerables, libros donde la muerte, el valor y la astucia acaban elaborando plegarias que complacen el corazón sagrado del inescrutable jehová. De análoga manera en la gran tradición de las literaturas orientales, muchas paginas de esos espirituales libros tienen evocación, de sangre, muertes y combates. Pertenecería a lo inconcebible imaginar una biblioteca que solamente guardase en sus anaqueles los libros y las crónicas que tuvieran como tema los asuntos de la guerra y sus multiformes implicaciones; su desmesura humillaría el esplendor de la incendiada biblioteca de Alejandría.

Podría señalarse que la guerra siempre ha sido engendradora de una especie de belleza oscura y maldita. Estremecedora divinidad de dos fases, por un lado, vehículo de destrucción, pero igualmente productora de enormes procesos de transformación constructiva que sin duda casi siempre logra impulsar formas de avance material, tecnológico y científico. Que cantidad, por ejemplo, de enormes logros debe la medicina a esos dolorosos males que encarna la guerra. Y no se diga de los opulentos beneficios que el urbanismo y la reconstrucción planificada de ciudades destruidas se han derivado de la furia arrasadora de las armas. Por eso mismo la guerra confunde a muchos, les trastoca y desordena los pequeños equilibrios emocionales y morales, los arroja al reino de la incertidumbre y de la ambivalencia; los conduce a no saber que pensar frente a ese terrible y humano monstruo que como antiguo y asustador fantasma siempre anda recorriendo los caminos del mundo.

Hay guerras que se juzgan como guerras buenas y otras como guerras malas. Por lo general las consideramos buenas cuando favorecen intereses particulares o nacionales, malas cuando los afectan. La guerra como tantos otros hechos del acontecer histórico forman parte de lo relativo. En términos de valores morales lo que amplifica y dilata es esa equivoca vigencia que caracteriza la relatividad de los valores morales, que por supuesto, nunca tendrán vigencia absoluta, sino que son cambiantes y volubles como la propia y frágil condición humana.

Con certidumbre se ha expresado muchas veces que lo primero que se sacrifica en cualquier guerra es la verdad. Y la verdad ha sido tan puta y tan perversa que solo triunfa cuando usa la mascara de la mentira. En la historia como en la vida, la mas de las veces, los seres se pierden cuando se dedican a buscar la verdad, una verdad que al parecer nunca ha existido en ninguna parte.

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