Imagina la oscuridad total. Un espacio sin certezas, solo la incógnita de lo que podría suceder. Ahí, en ese umbral entre lo conocido y lo incierto, el miedo toma forma. Es una sombra persistente que susurra advertencias y alerta del peligro.
El miedo es una emoción básica que actúa como mecanismo de alerta. Su raíz etimológica, med, sugiere que, además de protegernos, invita a la introspección. Es un aliado indispensable. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando deja de ser un guardián y se convierte en el dictador de nuestras decisiones?
El miedo es complejo. La naturaleza humana nos muestra que podemos ser valientes en un ámbito y cobardes en otro. Puede paralizarnos o impulsarnos y curiosamente hasta disfrazarse de valentía.
Tiene muchas caras: cobardía, juicios de valor y, a veces, apariencia de fortaleza. Puede ser irracional, pero también nos señala nuestras inseguridades y nos ayuda a conocernos mejor. En lugar de rechazarlo, podríamos verlo como un compañero incómodo pero necesario.
Vivimos en un mundo donde los cambios sociales y políticos fomentan el miedo a lo desconocido. En este contexto, pensar en los demás es un acto revolucionario. Cuando la norma es “¿qué gano yo?”, actuar con empatía y solidaridad rompe con el egoísmo concebido por el miedo.
Podríamos pensar que el coraje es lo opuesto al miedo, pero en realidad lo es la apatía. Mientras el miedo nos desafía, la apatía nos paraliza. El coraje es mantener la fe en que cada acción puede marcar la diferencia.
El valor nace de avanzar hacia lo desconocido, lo que nos transforma. Tal vez el mayor acto de valentía sea ser auténticos. Actuar desde el amor, no desde el miedo, nos permite vivir con empatía y compasión. Quizás el miedo nunca desaparezca, pero podemos aprender a caminar de su mano.
Martin Luther King por nombrar un ejemplo demostró que la verdadera valentía nace de mirar más allá de uno mismo y actuar por algo mayor, enfrentó sus miedos y eligió creer en los demás, en sus intenciones, en su humanidad y en el amor. Así como él, las personas valientes creen y desean creer.
Amar requiere valentía. No es fácil abrirse, confiar y exponerse, porque el amor, al igual que el miedo, nos enfrenta con lo más vulnerable de nosotros mismos. Amar no es debilidad, sino fuerza: la fuerza de creer que el otro nos verá y aceptará tal como somos.
Sin embargo, el miedo es astuto: habla en un idioma lógico y convincente, el egoísmo. Es un mentiroso empedernido, capaz de susurrarnos justificaciones que parecen razonables pero que, en realidad, gritan autocomplacencia. Ralph Emerson decía: “El miedo siempre nace de la ignorancia”, una ignorancia que no solo se refiere a lo externo, sino a lo que evitamos conocer de nosotros mismos.
Frente a este desafío, debemos recordar que la capacidad de acción no se da, se toma. Podemos enfrentar lo que nos causa miedo, incluso cuando se trata de nuestras propias decisiones y egoísmos. Aunque intentemos mentirnos sobre las razones que nos llevan a actuar, siempre hay algo dentro de nosotros que nos confronta con la verdad.
Aquí surge la pregunta: ¿podemos mirarnos al espejo después de actuar desde el miedo? ¿Podemos vivir con nuestras acciones, ya sea al haber dañado a alguien con justificaciones, haber actuado de forma incorrecta o haber permanecido en silencio frente a una injusticia?
Esta capacidad de observarnos nos obliga a ver cómo el miedo opera en nuestra mente. Tiende a justificar nuestras decisiones, haciéndolas más cómodas de soportar. Tal vez podríamos detenernos un momento y preguntar: ¿qué estoy haciendo ahora con mis miedos? ¿Cómo los ilumino para que dejen de ser esos monstruos en la oscuridad y se conviertan en un amigo que, aunque advierte, también impulsa?
Quizás el miedo, cuando se entiende y se enfrenta, puede mostrarnos el camino hacia lo que realmente deseamos.
Enfrentar la vergüenza innecesaria y entender que todos sentimos miedo puede ser la clave para iluminar esas zonas oscuras que evitamos enfrentar, como aquel monstruo debajo de la cama. De niños, temíamos su presencia, imaginando algo aterrador que nos acechaba en la oscuridad.
Así es el miedo: un monstruo que parece amenazante hasta que nos atrevemos a encender la luz.