Sofia Isabel Bolaños Sanchez
En Colombia, la cultura ha sido históricamente un sector con altibajos en la atención gubernamental. A nivel nacional, los gobiernos han mostrado un enfoque intermitente en su desarrollo, con presupuestos fluctuantes y programas a menudo más dependientes de la coyuntura política que de una estrategia a largo plazo. Esta realidad ha convertido la cultura en un escenario de disputa entre quienes buscan consolidarla como un pilar del desarrollo y quienes la perciben como un mero recurso propagandístico o una herramienta de clientelismo.
El actual gobierno de Gustavo Petro no ha sido la excepción. Si bien el Ministerio de Cultura recibió un presupuesto histórico y ha contado con figuras del sector como Patricia Ariza, Jorge Zorro, Juan David Correa y Yannai Kadamani al frente de este ministerio, persiste el desafío de transformar esa inversión en un impacto tangible y duradero. Hasta el momento, los resultados son inciertos, y el sector cultural continúa a la espera de políticas que trasciendan el papel y los cambios de administración para generar verdaderos cambios estructurales.
En el Cauca, la situación es más preocupante aún. A pesar de su innegable riqueza cultural, los intentos por fortalecer el sector han estado marcados por la discontinuidad y la instrumentalización política. Bajo diversas administraciones, los recursos destinados a la cultura han sido gestionados con poca transparencia, favoreciendo a círculos cercanos al poder y relegando las necesidades apremiantes de los artistas y gestores culturales. A esto se suma el hecho de que el Cauca carece de una Secretaría de Cultura, lo que evidencia la baja prioridad otorgada al sector en la estructura gubernamental departamental.
En el ajedrez político colombiano, la utilización estratégica de diversos sectores es una táctica recurrente. La cultura, lejos de ser valorada como un motor de desarrollo integral, se convierte en una ficha más en la partida de los dirigentes que buscan asegurar y capitalizar su permanencia en el poder.
Un ejemplo palpable de esta situación se observa en Popayán. Si bien la ciudad es un referente cultural, ha sido testigo de una falta de compromiso integral para robustecer este sector. La formalización de la cultura se ha convertido en una lucha constante entre los intereses genuinos de los artistas y gestores culturales, y los de la mayoría de políticos que ven en este sector una oportunidad de clientelismo y el pago de favores. Se priorizan eventos de alto impacto mediático, pero con poca incidencia real en la consolidación de una política cultural sostenible perjudicando no solo a los artistas y gestores culturales, sino también a la ciudadanía, que reconoce en el arte y la cultura una fuente de identidad, educación, bienestar, desarrollo y transformación social. La carencia de una estructura sólida priva a múltiples personas de oportunidades de acceso, disfrute y participación en el ejercicio del arte, la cultura y los saberes, limitando así un desarrollo integral para Popayán y el Cauca.
La creación de la Secretaría de Cultura y Turismo durante la administración de Juan Carlos López Castrillón es un claro ejemplo de cómo la cultura ha sido utilizada como una ficha en el tablero de la politiquería local. En lugar de consolidarse como un organismo de fortalecimiento cultural, esta secretaría terminó siendo un instrumento para pagar favores políticos y capitalizar votos con miras a futuras elecciones legislativas.
Mientras los dirigentes locales persistan en una visión limitada de la cultura, utilizándola como un medio para el clientelismo en lugar de fortalecer las prácticas culturales que tanto aportan al departamento y a la ciudad, su enorme potencial seguirá desaprovechado y muchos artistas seguirán optando por irse del territorio a falta de oportunidades. Un claro ejemplo de cómo la cultura puede ser un motor de desarrollo es Cartagena, que ha consolidado su identidad a través de festivales que proyectan su riqueza cultural. Medellín, por su parte, ha demostrado cómo el arte y la cultura pueden reconstruir y transformar el tejido social, como en la Comuna 13. Y a nivel internacional, países como Corea del Sur han logrado un impacto global con estrategias culturales ambiciosas en el mundo del entretenimiento.
Si Popayán no abandona esta lógica cortoplacista y no apuesta por una estrategia cultural estructurada y transparente, seguirá rezagada, perdiendo la oportunidad de convertir su potencial cultural, artístico y de saberes en un verdadero motor de desarrollo. Es hora de que la cultura deje de ser una ficha en el juego político y se convierta en la prioridad que merece para el progreso de la región.