Mg. Carlos Horacio Gómez Quintero.
Es absolutamente desconcertante y abrumador el panorama de deterioro social en Popayán. Cada día aparecen, no una, sino varias noticias que dando cuenta de lo cierto de la afirmación formulada, nos sumen en un ambiente de profundas preocupaciones al mirar de qué forma se han perdido los valores y se ha impuesto un modelo de falsa cultura en el cual florecen con inusitada fuerza, expresiones de inseguridad, maltrato, delincuencia común, asesinatos, secuestros, prostitución, tráfico y consumo de sustancias indebidas, desapariciones, hurtos, homicidios, desapariciones y reclutamiento forzados y en general, un mar de aberraciones que le quitaron valor a la dignidad humana e implantaron la sevicia como instrumento para acabar con la vida, honra y bienes de los ciudadanos. El panorama se torna más sombrío, en la medida en que se multiplican las equivocadas actuaciones o permanentes omisiones de las autoridades administrativas y de policía, las que pareciera han renunciado a su indelegable función de adoptar y ejecutar políticas que definitivamente transformen en positivo el caótico escenario que nos consume. De todas formas y como premisa de cualquier acción de corrección del rumbo, para volver al imperio de las buenas costumbres y la reconciliación, es necesario entender que nos ubicamos ante un reto enorme caracterizado por la combinación eficaz y pretensiosa de recomponer o rehacer el tejido social, con políticas variadas que vayan mucho más allá del control, la represión y la seguridad y que desde luego convoquen a la ciudadanía para ejercer un papel de aliado en la recuperación del orden perdido y en la definición y aplicación de acciones sociales de altísimo impacto.
Evidentemente, ante un problema de relativa vieja data en la ciudad y en el mismo municipio, crecido últimamente en forma inmisericordemente por efectos del traslado de la violencia derivada del narcotráfico y la minería ilegal, desde la periferia hasta la ciudad, no es apropiado seguir pensando únicamente en operativos, cárceles, armamento y estrategias de seguridad, por cuanto si todo lo expresado es cierto, también lo es, la vigencia de cifras e indicadores más duros y persistentes, provenientes de los problemas sociales, es decir de lo que sucede o no, al interior de los hogares, las escuelas y las mismas comunidades. Es ahí donde definitivamente debe afincarse el análisis que posibilite identificar el reto por asumir y las actividades por desplegar, precisamente para conjurar lo trágicamente comentado.
Ilustro con ejemplos lo dicho, para ir ubicando mensajes que ojalá se recojan por parte de quién debe hacerlo. Son muchos los niños menores de cinco años, sometidos a prácticas de maltrato físico o psicológico. Los embarazos tempranos, en niñas de entre 10 y 14 años, muestran que en muchas veces dan a luz, en contextos de violencia estructural. El consumo de sustancias sicoactivas muestra dolorosas imágenes de menores cautivos del vicio y la degradación. La presencia de menores de edad, ejerciendo actividades laborales o de prostitución para producir bienestar a terceros inescrupulosos, es realidad apreciada cotidianamente en los semáforos, esquinas y hoteluchos de quinta categoría. Estos casos, así no reflejen estadísticas formales, son realidades incuestionables, son señales de una sociedad que necesita sanar. Como si fuera poco, a lo descrito deben sumársele otros datos que expresan, por ejemplo, el tamaño de la población de niños y adolescentes que están fuera del sistema escolar, en razón de variadas causas, que en últimas, denotan la ausencia de oportunidades y la ausencia misma del Estado en los territorios y en las trayectorias de vida de esas personitas, condición que ha sido aprovechada por estructuras criminales que recogen y reclutan adolescentes, casi siempre a cambio de dinero, techo, comida y lo más triste, mundanas veleidades. Se sabe que, en muchas partes del Cauca, los grupos delincuenciales armados se han convertido en referentes de este segmento poblacional, no por admiración, sino por falta de alternativas.
Y si apreciamos todo cuanto les sucede, también a las mujeres, la conclusión es categórica: Enfrentan un escenario terrible y alarmante. Los feminicidios, por ejemplo, abundan involucrando a féminas de todas las edades, pero preferencialmente jóvenes. Esta carga pesada es alentada por manifestaciones violentas derivadas de contextos relacionados con grupos criminales. En la mayoría de los casos, el modus operandi para los asesinatos es utilizando armas de fuego, armas blancas y el atropello físico sin compasión. Los trágicos fallecimientos o desapariciones de mujeres, además, casi siempre terminan mostrando hijos que quedan en la orfandad o el abandono, familias rotas y comunidades marcadas por el terror.
Ahora, abandonando un poco los relatos sobre la integridad de las personas, también conviene plantear algunas reflexiones frente a los bienes. El hurto y la inseguridad campean. Ya no es posible lucir en la calle ninguna joya, por modesta que ella sea. Los teléfonos celulares son raptados con habilidad extrema y con adiciones de golpes y heridas. Los vehículos y las casas o apartamentos son saqueados sin piedad. Los establecimientos comerciales son sometidos a hurtos continuados y en general, la sensación de inseguridad ha hecho presa del pánico y la desconfianza a los ciudadanos, los que han abandonado la solidaridad y la fuerza de la unidad, ante los riesgos que deban seguramente asumir.
Frente a este panorama, Popayán necesita una estrategia social ambiciosa, con enfoque territorial, que no se limite a la respuesta policial, como se ha insistido, sino que combine la implantación de otras muchas acciones de corte eminentemente social. Debe fortalecerse la educación pública, crear programas de empleo o emprendimiento juvenil, garantizar acceso a salud mental, retomar políticas de protección a la niñez, generar opciones para madres adolescentes. Todo ello y mucho más, son acciones posibles y necesarias. Como señalan los expertos y el sano juicio común, es necesaria la creación de un ente articulador que conecte justicia, salud, educación y protección social para marcar un punto de inflexión, desde el cual exista un claro empeño por instaurar un nuevo tejido social o recomponer lo que queda del existente. Esto es tarea de todos, cada uno desde su esfera de acción. Hay que desmontar el caos y una vez derruido concretar opciones reales de vida digna.
A propósito de lo escrito hay un mensaje cálido para el Señor Alcalde de La Alianza, El doctor Juan Carlos Muñoz Bravo: No desaproveche el reconocimiento que a finales del año anterior le hicieron desde La Fundación Colombia Líder, cuando le entregaron el premio CONSTRUYENDO SUEÑOS PARA LA NIÑEZ, ADOLESCENCIA Y JUVENTUD EN LOS PLANES DE DESARROLLO 2004 – 2027. Ello no era solo un reconocimiento para el aplauso. Significaba y sigue significando un estímulo de fondo, para que su Ejercicio de Gobierno efectivamente logre concretar lo promocionado en su apuesta de gestión y que perfectamente puede servir de espejo, para promocionar acciones e inversiones en beneficios de otros sectores poblacionales. Hágalo señor Alcalde. Su sensibilidad da para eso.