7 de junio

Por: Juan Cristóbal Zambrano López

La sociedad colombiana presenció el horror de la violencia política nuevamente este 7 de junio.

Un momento que los jóvenes nunca habíamos vivido, y un momento inolvidable para nuestras memorias.

El atentado contra Miguel Uribe Turbay no solo fue un ataque contra una figura pública, sino una herida directa al corazón de la democracia.

Para quienes pertenecemos a una generación nacida en tiempos de posconflicto, este tipo de hechos parecían parte de un pasado superado, enterrado en los libros de historia y los relatos de nuestros padres y abuelos. Pero este 7 de junio nos recordó (de forma brutal) que la intolerancia aún respira en las sombras, que hay quienes quieren imponer el miedo sobre el debate y el fuego sobre la palabra.

Miguel representa a miles de jóvenes que como yo, creemos en las ideas, en las instituciones y en la posibilidad de construir un país desde las diferencias.

Olvidamos volar sin temerle a la caída.

Pero es precisamente en estos momentos de oscuridad cuando más debemos alzar la voz, no con rabia, sino con convicción. Porque si callamos, si permitimos que el miedo se imponga, estaremos renunciando a la democracia que con tanto esfuerzo hemos intentado construir.

No podemos normalizar que las balas sustituyan los argumentos. No podemos acostumbrarnos a vivir en un país donde pensar diferente sea motivo de amenaza. Colombia necesita de una juventud valiente, dispuesta a levantar la cabeza, a disentir con respeto y a defender la vida como el valor supremo.

El atentado del 7 de junio no solo es un llamado a la solidaridad, es un llamado a la acción: a no quedarnos quietos, a tomar partido por la vida, por el respeto, por el diálogo.

A los violentos no les tenemos miedo. Les tenemos ideas.

Pero además de las ideas, tenemos memoria. Y esta memoria no puede ser pasiva, ni ser usada solo para llorar lo que perdemos. Debe servirnos para recordar lo que defendemos: el derecho a pensar, a opinar, a actuar, a disentir y a liderar sin miedo. No puede haber democracia sin garantías para los que deciden dar un paso al frente. Lo que ocurrió el 7 de junio no puede entenderse como un hecho aislado. Es parte de una serie de síntomas que muestran que la intolerancia política no ha desaparecido, solo ha cambiado de forma.

Miguel Uribe representa un proyecto político, sí. Pero ante todo representa a una generación que no le tiene miedo a las ideas. A una juventud que se atreve a estar en la plaza pública, a intervenir en el Congreso, a dar debates con altura, incluso si eso incomoda. Y es precisamente eso lo que molesta a los violentos: la juventud que piensa, que propone, que contradice, que no se deja arrastrar por las narrativas del odio.

La Colombia de hoy necesita líderes nuevos, pero también necesita condiciones reales para protegerlos. No se trata solo de condenar el atentado en redes sociales; se trata de generar garantías. De crear un ambiente donde la política se construya con argumentos, no con amenazas. Donde el liderazgo juvenil no sea un acto de riesgo, sino un derecho ciudadano.

Cada bala disparada contra una voz joven es un intento de silenciar el futuro. Y eso no lo podemos permitir. No podemos permitir que la violencia nos quite la esperanza. Al contrario: tenemos que hacerla crecer. Multiplicarla. Expandirla.

Este hecho debe servirnos también para reflexionar sobre el tipo de política que estamos promoviendo. ¿Estamos enseñando a los jóvenes que el adversario es un enemigo, o estamos formando ciudadanos que entiendan que el disenso hace parte del proceso democrático? ¿Estamos promoviendo el respeto o cultivando fanatismos? Las respuestas a esas preguntas nos dirán si vamos camino a la paz o al abismo.

Como joven colombiano, me niego a quedarme callado. Me niego a aceptar que esta es la normalidad. Me niego a pensar que esto es parte del “precio” de hacer política. Porque no debería serlo. Hacer política debería ser una decisión honesta, limpia y valiente. No una sentencia silenciosa.

Por eso escribo. Porque quiero alzar la voz con otros jóvenes. Porque creo en un país donde nadie tenga que temer por decir lo que piensa. Porque sigo creyendo que la palabra vale más que el plomo. Porque sigo creyendo que las ideas nos salvan, nos unen, nos hacen fuertes. Y porque sé que los violentos jamás podrán contra una juventud convencida de su papel en la historia.

Este 7 de junio será recordado con dolor, pero también con determinación. Será recordado como el día en que quisieron callarnos, y en cambio nos encontraron más despiertos, más firmes, más unidos. Que así sea.

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